Octubre, 2024
SOBRE LOS RITOS Y JUEGOS DEL TORO, DE ALEJANDRO DEL RÍO, TERCERA HOY DEL DIARIO ABC
Madrid, 5 de octubre, 24
Estimados asociados/as:
Alejandro del Río, filósofo y editor de la editorial Trotta y como sabéis asociado nuestro, del que en ocasiones anteriores os he remitido textos y activo últimamente en el Ateneo de Madrid con intervenciones taurómacas, publica hoy en la Tercera del diario ABC.
Tras leer su artículo, la verdad, no solo se evidencia que está muy bien escrito sino que en el espacio de una plana de prensa es imposible compendiar más nivel interpretativo sobre el carácter originario de la fiesta de toros en su génesis religiosa y posterior evolución festiva sin abandonarse el primer cimiento cultural como elemento de la civilización mediterránea.
Parte de una jugosa glosa del libro clásico de Ángel Álvarez de Miranda, que todo aficionado culto debe de tener (Juegos y ritos del toro. Madrid, Taurus, 1962), y luego comenta hábilmente un artículo aparecido en mayo en El País de otro filósofo, muy del sistema ideológico de lo políticamente correcto, Santiago Alba Rico, que al hilo de la imposición autoritaria del ministro Urtasun con respecto al Premio Nacional de Tauromaquia pretende justificar «el fin de la tauromaquia» por ser «anómala y anacrónica».
Lo anómalo y anacrónico a estas alturas del siglo XXI es la imposición totalitaria propia del pasado siglo XX y que remite en su objetivo de eliminación al comunismo y al nacional-socialismo, cuya consecuencia social fue el genocidio de personas y no el sacrificio ritual muy limitado -para lo que es el total de la cabaña brava, además de la posibilidad de indulto- de un animal totémico en un rito milenario en el Mediterráneo y es distintivo y constitutivo de la cultura hispana desde hace siglos.
En fin, os dejamos con el artículo para que apreciéis su aportación y nivel.
La Junta Directiva
Septiembre, 2024
GOYA Y SU VISIÓN DEL TOREO
Madrid, 25 de septiembre, 24
Estimados asociados/as:
A raíz del interés de un asociado nuestro por él, he localizado sin eliminar -pensaba que ni lo guardaba- en mi ordenador un texto sobre Goya y el toreo que me pidieron hace años para una edición de bibliofilia, que reprodujo los aguafuertes en elegante heliograbado, y que realizó Guillermo Blázquez en 2009. Como hace ya tres lustros y solo se ve un ejemplar por internet a 2450 euros, el mismo en varios portales, por si hubiera algún asociado más que le interesara en algún punto, me permito remitíroslo.
Ya sabéis que desde hace unos lustros el antitaurinismo culto (el de más peso social es el ignorante y fanático), está empeñado en hacer creer que nada menos que Goya era contrario a la fiesta de toros pues su visión sería muy contraria al toreo, para esas voces. Hay muy diversos testimonios que atestiguan lo contrario (las cartas a Zapater, donde firmaba en alguna ocasión «don Francisco el de los toros», su asistencia continua a la plaza de Madrid en el mismo sitio siempre, el presumir con ya 80 años que sabía manejar el estoque… etc, etc), pero la realidad da igual para el totalitarismo sectario y ya hay personas ni taurinas ni antitaurinas que dan cierto crédito a esta falsedad histórica.
Yo intenté en ese texto mostrar algunas claves al respecto, la principal es que su concepto de puesta en plancha calcográfica es oscuro pues coinciden los grabados en su ejecución con la preparación de Los Desastres de la Guerra, visión tenebrista y pesimista del ser humano por las crueldades que vio en la lucha antifrancesa y que plasmó desgarradamente pues le impresionaron mucho.
Aparte el entonces contexto vital pesimista de don Francisco, en cualquier caso su tauromaquia es muy moderna de concepto pues es un avance artístico, una radical nueva proposición, con respecto a la determinante anterior propuesta de Antonio Carnicero -y sus epígonos-, neoclásica, de línea clara, que casi refleja esculturas grecorromanas vestidas y en movimiento frente a la fuerza y pasión de lo romántico, del romanticismo presente en sus planchas.
Recuérdese que el goticismo romántico, ya presente como corriente antes de morir Goya, es oscuro, de volúmenes irracionales de pasión humana, por lo que una vez más estaba totalmente inserto en su tiempo artístico e incluso innovó, como hizo con Los toros de Burdeos al usar la litografía para ellos, técnica reciente y que en sus manos brilló con fulgor.
Por último, cabe recordar un texto al efecto de nuestro presidente Cabrera asimismo muy explicativo de la realidad de la relación entre el aragonés universal y la tauromaquia. Lo recomendamos pues echa por tierra asimismo con rigor y vehemencia el antitaurinismo buenista actual con respecto al genio, titulado “El revisionismo histórico en contra de la Tauromaquia de Goya” y apareció en Encuentros en Catay, nº 33, (2020), revista de alto nivel intelectual que impulsa nuestro activo asociado don José Campos Cañizares, especialista en toreo caballeresco áureo y que en ella realiza muy loable labor de difusión de estudios taurómacos que son de especial solvencia. El mío y el de Cabrera se completan uno al otro, por lo que adjuntamos el enlace:
https://ec.catayacademica.com/index.php/ec/article/view/125/111
Conviene sin duda tener esta elevada revista en toda biblioteca taurómaca pues aúna pensamiento, estudio, reflexión, y sensibilidad, no solo en lo relativo a nuestro mundo sino en general, y es una elaborada vía para el conocimiento tanto de la civilización occidental como de la oriental, ésta particularmente.
Os dejo ya, espero que el texto adjunto pueda ser de algún interés en algún punto.
Saludos a todos,
Valentín Moreno Gallego,
Vcpte.
GOYA Y SU VISIÓN DEL TOREO
Si hubiera que nombrar únicamente a dos creadores que fueran reconocidos universalmente como representativos del arte español en los dos últimos siglos, habría que mencionar a Goya y a Picasso. Y si hubiera que citar solamente a dos grandes artistas en los que la tauromaquia fuera capital en sus procesos creativos, hasta el final, habría que volver a nombrarles. Esta realidad da idea del peso que tiene el mundo de los toros en la cultura española.
El texto que sigue a estos párrafos, que es explicativo de la historia de las sucesivas tiradas de los grabados, es el que salió de mano de Aureliano de Beruete y Monet, que en 1918 dedicó el tercero de sus estudios sobre el pintor a Goya grabador. En el mismo encontramos reproducido un fragmento de una carta de Leandro Fernández de Moratín a Juan Antonio Melón, de 7 de octubre de 1825 desde Burdeos, que refleja lo presente que estuvo el toreo, hasta sus últimos días, en la mente del maestro: “Goya dice que él ha toreado en su tiempo, y que con la espada en la mano, á nadie teme. Dentro de dos meses va a cumplir ochenta años”[1].
Más allá de la bravuconada senil, sin duda había un poso de seriedad en la afirmación de don Francisco, pues entonces todavía torearía Pedro Romero, con quien mantenía amistad. Mató Romero su último toro años después, en 1831, a los 77 años[2]. Justamente, la estampa número treinta es “Pedro Romero matando a toro parado”, en la que le representa tal y como mataba su rival Costillares, al volapié, para mostrar que ejecutaba mejor la suerte su admirado Pedro[3].
La misma intención tuvo con la número cuatro, en la que tres moros están en el ruedo y uno torea con el capote de frente por detrás, en precedente de la actual gaonera, en suerte que se ufanaba José Delgado, Pepe-Hillo, de haber inventado, mostrando que en realidad era muy antigua y haciendo así de menos al malogrado matador, muerto, por cierto, delante de sus ojos el once de mayo de 1801 en la plaza de Madrid. Esta cogida también la llevó a la serie calcográfica, desechando dos cobres más sobre ella, incorporados finalmente en la tercera edición, que fue la de París, la primera con cuarenta estampas en vez de las treinta y tres originales aparecidas en vida del aragonés.
Estas circunstancias arriba referidas, entre otras, revelan que diversos aspectos compositivos de la serie de la Tauromaquia goyesca implican no sólo un conocimiento muy íntimo del toreo como práctica sino que su devoción por un determinado concepto del torear, el de Pedro Romero, estaba presente. Esta pasión fundamentada en un saber práctico ha llevado al estudio de si de jóven pudo torear en efecto el pintor, realidad muy probable más allá de esas palabras suyas pronunciadas en Burdeos.
En concreto, antes de su viaje a Italia se tiene por cierto que fue con cuadrillas de toreros en pueblos y cobró por ello. Con Martincho, con quien mantuvo amistad asimismo y al cual también presenta en nuestra serie, practicó suertes. Su criado Antonio Trueba escribirá refiriéndose a un Goya lleno de energía: “En dos cosas era mi amo incorregible: en su afición a los toros y su afición a las hijas de Eva”. En esos años, cuando iba con Bayeu a las corridas, iba vestido con aire torero, con gran sombrero, chupa, capa terciada y espada, según testimonios, situándose pronto en los callejones y barreras, no en filas de espectador, por lo que su visión de lo que acontecía en el ruedo era muy directa. También sabemos que con motivo de la exaltación al trono de Carlos IV, en 1788, se celebraron dos grandes corridas en la Plaza Mayor de Madrid, y en la que iba a ir la Familia Real dirigió con enorme cuidado y gusto el adorno y presentación de la Plaza. En sus años ya de vejez, escribía en carta: “Sólo te digo que el lunes, si Dios quiere, iré a ver los toros, y quisiera que me acompañaras para el otro lunes”.
Por último, como última muestra de su pasión, cabe recordar que vuelto a la corte desde Burdeos, ya con los 81 cumplidos, Fernando VII le impuso que fuera retratado por Vicente López y, para acabar pronto con el engorro del posado, el viejo pintor le prometió, si era ligero, “enseñarle la técnica del toreo de muleta”[4].
Pese a estos testimonios y a los retratos de toreros que pintó con entusiasmo, en estos últimos años, al hilo de la existencia de un antitaurinismo que se ha visto avivado mediática e incluso políticamente, se ha debatido sobre si la serie de grabados realizados por el de Fuendetodos, su Tauromaquia, no es en realidad una crítica ácida al toreo. Testimonios como los referidos desmienten la imagen de un Goya antitaurino, recordemos que se le conocía precisamente por Don Francisco el de los toros, como él mismo firmaba en cartas a veces[5]. No obstante, es sin duda cierto que en sus series de grabados se muestra el Goya más personal y que, si en su pintura levanta acta con sensibilidad de la realidad que contempla, que siente, es en los cobres donde se involucra más íntimamente su criterio sobre dicha realidad, ello se constata en Los Desastres de la Guerra de forma elocuente.
Así, la crítica social está en efecto también presente en los aguafuertes que comentamos. Principalmente, destaca la denuncia de una violencia existente, superflua para el artista en circunstancias que reproduce pero que era real, pues su concepción de las suertes era más limpia. De hecho, las estampas en las que no hay violencia reflejan una belleza iconográfica que sin duda quería transmitir. El gran estallido de sangre y atrocidad que supuso la Guerra de la Independencia, tan bien reflejado en Los Desastres, sin duda marcó en el artista lo despreciable que era la violencia, máxime cuando era prescindible, como pasaba en diversos momentos del concepto popular de lidia que había en aquel entonces, como se ve en “Perros al toro” o en “Desjarrete de la canalla…”[6].
La gran novedad estética de la serie se entiende en su dimensión cuando se compara con las anteriores de Antonio Carnicero (1790) y Luis Fernández Noseret (1792). Son series muy dieciochescas de concepción, estáticas, comparadas con la enorme movilidad y dinamismo que transmiten los grabados goyescos, que resultan de una modernidad total. Incluso, los grabados presentes en la edición ilustrada de la Tauromaquia de José Delgado, Pepe-Hillo, de 1804, están en esta línea plana[7], sin profundidad ni volumen, por lo que lo novedoso de la propuesta calcográfica del aragonés fue radical, jugando con las sombras y las luces de forma magistral. En los cincuenta dibujos preparatorios, hoy en el Museo del Prado desde 1886, se aprecia claramente esta idea de espontaneidad, casi fotográfica, que quiso comunicar Goya[8] y que están muy en conexión creativa con la serie de Los Desastres de la Guerra, casi coetánea de ejecución, de necesidad de plasmación de la violencia innecesaria cuando ésta se manifiesta.
La intención de Goya no es sólo denunciadora de esas violencias mostradas en las planchas sino también puramente vehemente, de reflejar una realidad tal cual, así, lo que hoy parecerían locuras para un aficionado, como utilizar sillas o mesas frente al toro, entonces no era extemporáneo, sino prueba de arrojo y valor frente al astado. La presencia de toros embistiendo al público refleja sin más el peligro real existente en los festejos, donde en la misma tarde podían convivir la alegría y la muerte, tal como puede pasar hoy mismo si un fotógrafo inmortalizara a un toro saltando al tendido. La idea creativa principal, se percibe, era expresar con el realismo más absoluto lo que acontecía en el ruedo, e incluso fuera de él, estando frente a frente el hombre y el toro, de ahí la necesidad de movilidad y máximo dinamismo en la imagen grabada. Por tanto, el sentido denunciador existe pero es limitado.
Paralelamente a la tensión física que se transmite, donde se combina lo dramático y lo heróico, hay un sentido admirativo hacia esos hombres que lidian, lo cual se refleja en los mismo títulos de las estampas, donde aparecen adjetivos positivos hacia los toreros. Así, en la 5, “animoso”, en la 14 “diestrísimo”, en la 15 “famoso”, en la 22 “Valor varonil”, en la 27 “célebre” y en la 28 “esforzado”. Cuando se refleja un hecho luctuoso para los toreros se emplean adjetivos como “desgraciada” (la 33, y la B), lo que refleja que para don Francisco la emoción de la cogida es negativa en el toreo, y no es tal, pues toreo es la ejecución de la suerte, en una idea en efecto otra vez muy moderna, muy propia del toreo contemporáneo, lejano del popular de fines del XVIII e inicios del XIX, todavía basado en violencias antiguas que denunciaba el aragonés y que llevaron a la Real Cédula de 1805, “por la qual se prohiben absolutamente en todo el Reyno, sin excepción de la Corte, las Fiestas de Toros y Novillos de muerte”[9]. No obstante, incluso bajo José I se efectuaron corridas de toros, prueba del arraigo popular pese a corrientes contrarias a los festejos taurinos, corrientes incluso asentadas en el poder[10].
Los dibujos a la sanguina del Prado, varios en aguada roja y con algunas diferencias compositivas con respecto al grabado, revelan que el orden en el que hoy aparecen las estampas no era el original. Pero en época de Goya aparecieron diversos textos importantes sobre la historia del toreo con un sentido diacrónico, temporal, y parece que finalmente influyeron en el aragonés. Estos escritos son los de Vargas Ponce, Jovellanos y el de Nicolás Fernández de Moratín, que sabemos que el artista conocía. Es obvia la fuerte conexión de Goya con lo popular, en todas sus expresiones artísticas y especialmente en la serie que comentamos, no obstante, hay que considerar asimismo una impronta intelectual pues parece indudable que sabía de los escritos de estos autores sobre tauromaquia[11].
La presencia de la plancha de El Cid, vestido al uso del XVI, se debe sin duda al poema de Nicolás Fernández de Moratín, “Fiestas de Toros en Madrid”, donde se le menciona al efecto, alanceando toros[12]. Por ello no debe extrañar demasiado que aparezca en la serie Rodrigo Díaz de Vivar o Carlos V, del que consta, según fray Prudencio de Sandoval, que alanceó toros en Valladolid en 1527, momento que se representa, al nacer Felipe II. La no escasa presencia en los primeros cobres de moros enfrentándose al toro sin duda tiene que ver con la tradicional creencia, recogida por diversos autores, de que la afición a los toros viene en España por la presencia musulmana, a lo que dedica no pocas páginas el marqués de san Juan de Piedras Albas.
Las Cartas marruecas de Cadalso, donde se trata de las corridas en un par de páginas, también las debió conocer Goya, aparte de la coinciencia o no coincidencia de que el interlocutor en las Cartas es Gazel y el que protagoniza la estampa quinta es Gazul. La Carta histórica sobre el origen y progreso de las fiestas de toros en España (1777 y 1801) de Nicolás Fernández Moratín se ha visto en conexión directa con las doce primeras representaciones, por parte de estudiosos. Pero igualmente es indudable la sombra de la antitaurina Disertación sobre las corridas de toros, de Vargas Ponce, inédita hasta 1961 pero que corrió en copias manuscritas desde su escritura en 1807, y la Memoria sobre los espectáculos públicos de Jovellanos, terminada en su segunda versión hacia 1795, donde al inicio se trata de la afición por los toros de los españoles con un sentido histórico, aunque no se muestra el gijonés partidario de la fiesta por no verle un fundamento educativo, muy en perspectiva ilustrada.
En 1815 consta que el de Fuendetodos trabajaba en la Tauromaquia, pues ese año aparece en dos grabados (los nº 19 y 31), pero antes inició sus labores, al menos en 1814. A fines de 1816 puso en venta algunos ejemplares, con fría acogida en España pero buena en Francia. Hay dos ejemplares que se consideran pruebas de edición, uno es el de Cean Bermúdez, en la British, con portada manuscrita y anotación añadida de Valentín Carderera. El otro está en la Public Library de Boston y lleva los títulos de los grabados de mano de Goya. De los cincuenta dibujos preparatorios se realizó un primer juego de calcografías compuesto por treinta y tres, desechándose inicialmente algunas escenas grabadas al vuelto de algunas planchas, siete, y que hasta 1876 no vieron la luz, numerándose de la “A” a la “G”.
El orden original, ya decimos, no era el actual pues las estampas históricas que inician eran las desechadas por el artista. La colección se formó entonces, en 1876, con cuarenta estampas. Goya usó como técnicas el aguafuerte, la aguatinta, la punta seca y el buril. Beruete especifica la técnica existente en cada representación. Otra edición posterior no utilizó las planchas, fue facsímil, pero capital en la historia de la serie: la de Munich de 1911 mostró esas cuarenta representaciones más otras nuevas existentes en la Biblioteca Nacional de España y en poder del doctor Hoffmann. En total, aparte de las cuarenta referidas, había otras cinco pruebas de estado[13], hallándose hoy las planchas de cobre en la Calcografía Nacional tras ser adquiridas en 1979 por la Real Academia de San Fernando, después de diversas propiedades y de haber permanecido en la Calcografía desde la Guerra Civil. El que don Francisco escogiera únicamente treinta y tres puede deberse a que exclusivamente fueran esos los cobres que viera con calidad suficiente para estamparse, o a motivos que desconocemos; no hay que olvidar tampoco que el tres es una cifra definitoria en el arte del toreo: tres matadores, tres tercios, etc.
Goya es estrictamente coetáneo al tránsito del toreo antiguo al moderno, que se produce a lo largo de toda la segunda mitad del Dieciocho, el que ejemplifica Pedro Romero, y que es el que desea realzar en la serie. Es el toreo que deja de ser definitivamente, a la vez, algo propio de caballeros y únicamente popular, como refleja el artista, para irse haciendo profesional. La conversión de lo popular de activo a pasivo ante el espectáculo se va consolidando con la construcción de grandes plazas, cuyas fechas de erección son de por entonces, así, la actual de Sevilla en 1749, la de Madrid en 1754, la de Zaragoza en 1754, la de El Puerto de Santa María en 1768, y la de Ronda en 1785. Plazas dirigidas a un pueblo que demanda cada vez más los festejos taurinos como espectador.
Después de la Tauromaquia, Goya, siempre espejo de la realidad popular, siguió con el toreo como objeto de su producción artística, como haría Picasso, hasta el final. Los Toros de Burdeos muestran en cinco litografías, otra vez, su concepto del dinamismo y la movilidad en la representación gráfica de este arte. Pero no hay que olvidar que en otras series de grabados no se pudo abstraer de esta fijación temática, recordemos que en los Disparates incluso está presente, en el llamado “Disparate de toritos” o “Lluvia de toros”, donde en una noche oscura aparecen embistiéndose con gran movimiento unos toros contra otros. En Los Toros de Burdeos repetirá protagonistas aparecidos en la Tauromaquia, como el Indio Ceballos, caso de la primera litografía[14], y se reitera la denuncia de acciones contra el toro que no eran suertes sino mera violencia, caso de la última litografía[15].
Ésta es la contribución, con gran modernidad e innovación, que hizo el genial español a la representación grabada del mundo de los toros: la incorporación del dinamismo, de la realidad absoluta, potenciada con los juegos de volúmenes y de luces y oscuros, tal como era la propia fiesta entonces, llena de arte y de violencias, de dramatismos y de bellezas expresivas, tal y como la muestra Goya.
Madrid, 2009
[1] Cfr. Leandro Fernández Moratín, Obras póstumas. Madrid, Imprenta y Estereotipia de M. Rivadeneyra, 1868. Tomo tercero, p. 73. Beruete, Goya grabador. Madrid, Blass, 1918, p. 148.
[2] Retirado en 1799 y muerto en 1839, a los 84 años, en esa ocasión ofreció la muerte de un toro a Fernando VII con motivo de ser nombrado maestro en la Escuela de Tauromaquia de Sevilla, fundada en 1830.
[3] En carta a Zapater, en 1778, el cual era partidario de Costillares, se muestra Goya ferviente romerista.
[4] Véase Manuel Mujica Gallo, Goya, figura del toreo. Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1971, pp. 22, 42, 44-45, 49, 50-51,76, 101, 107-108.
[5] Ibidem., p. 80.
[6] El desjarrete era práctica muy antigua, medieval, al igual que el echar perros a los toros, que consta ya se hacía en el 1135, pues se sabe que en Varea (Logroño) ello se hizo con motivo del acceso al trono de Alfonso VII el Emperador, como festejo popular.
[7] Madrid, en la Imprenta de Vega y Compañía, 1804. Real Biblioteca, I/G/47. Sayre cree que la serie goyesca tiene vinculación con el texto de esta edición de la Tauromaquia de Pepe-Hillo.
[8] Véase Pierre Gassier, Dibujos de Goya: estudios para grabados y pinturas. Barcelona, Noguer, 1975, dos vols., y Emilio Lafuente Ferrari, El mundo de Goya en sus dibujos. Madrid, Urbión, 1979.
[9] Real Biblioteca, X/339 (39).
[10] Véase Enrique Asín Cormán, Los toros josefinos. Corridas de toros en la Guerra de la Independencia bajo el reinado de José I Bonaparte (1808-1814).Zaragoza, Institución Fernando El Católico, 2008. Ya contábamos con Higinio Ciria y Nasarre, Los toros de Bonaparte. Madrid, Ducazcal, 1903.
[11] Véase Edith F. Helman, “Moratín y Goya: actitudes ante el pueblo en la Ilustración española”, en Revista de la Universidad de Madrid, vol. IX, nº 35 (1960), pp. 591-605.
[12] Se ha debatido la cuestión de si El Cid realizó esta actividad, véase del conde de Colombí, José María Gutiérrez Ballesteros, ¿Alenceó toros El Cid Campeador?. Madrid, [s.n.], 1961. Antes de él trataton otros autores, véase marqués de San Juan de Piedras Albas, Bernardino de Melgar y Abreu, Fiestas de Toros. Bosquejo histórico. Madrid, [s.n.], 1927, pp. 276-280, que recoge el poema de Nicolás Fernández de Moratín en sus Obras póstumas. Barcelona, Vda. de Roca, 1821, p. 78. Me sirvo de la edición de la Biblioteca de Autores Españoles, Obras de D. Nicolás y D. Leandro Fernández Moratín. Madrid, Rivadeneyra, 1850. 3ª edic., pp. 12-14; en nota se pondera como la mejor composición de don Nicolás.
[13] Hay cinco representaciones de las que no hay planchas y sí pruebas de estado: “Descabello con toque de pitón”, en el Petit Palais, “Un diestro toreando de frente por detrás”, en la Biblioteca Nacional de España, y además “Temeridad de Martincho”, “Ceballos montando un toro” y “Un diestro entrando a matar”. Es muy recomendable la consulta de José Manuel Matilla/José Miguel Medrano, Francisco de Goya. El libro de la Tauromaquia. Madrid, Museo Nacional del Prado, 2001, donde junto a la fortuna crítica de la serie se aborda el proceso creativo, todo con mucho detalle. Es de gran interés pues se hallan enfrentadas las representaciones en dibujo original a la sanguina y su plasmación tras pasar por el cobre.
[14] Mariano Ceballos, peruano, llamado el Indio Ceballos, era zambo, de familia liberta y se sabe que en 1775, y de 1778 a 1780 toreó en España tras hacerse famoso en Buenos Aires, donde en 1772 se hizo popular por su habilidad con la espada y por matar desde el caballo, como recoge el de Fuendetodos. Le dedica nada menos que tres representacions, las 23, 24 y la J. Murió en la plaza de Tudela.
[15] La primera vez que se reprodujo en España fue en 1966, por Ediciones Arte y Bibliofilia, con introducción y notas de Rafael Casariego. Se halla en el Museo de Pintura de Burdeos, en prueba única. El que el aragonés optara por la novedosa técnica de la litografía, al final de sus días, demuestra el afán innovador que siempre tuvo Goya.
Postscriptum: acaba de trascender, que el año pasado se publicaron 135 libros sobre toros, cifra de record comparada con los años anteriores pues desde hace doce años no se producía. Más libros, más libres.
Agosto, 2024
RAMÓN PÉREZ DE AYALA Y SUS REFLEXIONES DE TOREO Y SOCIEDAD, DE INTERÉS AYER Y HOY
Estimados asociados/as:
Esperando desde la Junta que estéis disfrutando del descanso vacacional, os remitimos un nuevo artículo publicado por asociado de la Unión pues el verano, aparte de tiempo muy propio para asistir a las corridas de grandes ferias y fuera de ellas, es de lectura, sin los ajetreos laborales.
De su autor, Alejandro del Río Hermann, asociado número 6, ya habéis sabido estos meses pasados por algún otro artículo, igualmente aparecido en La Tercera del diario ABC como el presente de hoy, diez de agosto. Asimismo, supisteis este invierno y primavera por su actividad en el Ateneo madrileño, tanto como presentador como ponente, dentro de su aula de Filosofía que últimamente está dedicando atención a la tauromaquia. Nos ofreció, recordad, una charla sobre los dos Ortegas, el matador y el filósofo, a propósito precisamente de la histórica conferencia de Domingo del año 1950 ante su LXXV aniversario.
Es ámbito muy adecuado ese del Ateneo, y su aula de Filosofía, dada la profundidad conceptual del toreo más allá de lo emocional por la pasión transmitida en una faena concreta. Profundidad de pensamiento en torno a realidades como son los binomios hombre/animal, muerte/vida, rito sacrificial/fiesta colectiva, y otros, demasiado profundos para parte de la sociedad actual pero que los aficionados entendemos en su dimensión… y es que Alejandro es uno de nuestros miembros de más perfil intelectual, además de ser editor de libros.
En esta ocasión nos trae a don Ramón Pérez de Ayala en los textos contenidos en su Política y toros, una recopilación aparecida en volumen en 1918 de artículos del año anterior. Reflexiona sobre sus escritos, más que situándolos en su contexto, trayéndolos a la actualidad pues don Ramón toca en ellos algunos aspectos capitales perennes, sobre los que incide a su vez Alejandro en su artículo, como es el público asistente a las corridas y su naturaleza, o el debate sobre «fiesta nacional» o «fiesta del pueblo».
La primera acepción luego se ha manipulado políticamente pero su primera entidad, antes de ese uso, fue ciertamente geográfica al haber festejos taurómacos en esa época en toda la piel de toro (esta mención ya lo dice todo), de Bilbao a Jerez, de La Coruña a Murcia… el título del libro tan importante del conde de Las Navas, El espectáculo más nacional (1899) ya le dio otro giro sobre el que se abusó luego… pero mejor os dejamos con las consideraciones que nos hace Alejandro de las reflexiones de don Ramón.
De Política y toros es fácil hallar ejemplares de viejas ediciones pero como diversas cuestiones que se abordan, como señalamos, son de actualidad, debería hacerse una nueva edición crítica, bien prologada y anotada pues se alude en obviedad a realidades de entonces que convendría explicar y aclarar al lector de hoy. Nadie mejor que el propio Alejandro, que además es buen ensayista, para hacerla… pero eso ya es asunto suyo.
Al pie va el texto original en word convertido en pdf por si no se leyera bien la imagen directa. Que os vaya estupendo el resto de agosto,
La Junta Directiva
Junio, 2024
EL TOREO, REALIDAD PROPIA Y DISTINTIVA DE LO HISPANO
Madrid, 5 de junio, 2024
Estimados asociados/as:
Acaba de publicar en el diario ABC, en su Tercera, nuestro asociado número 131, don Gonzalo Santonja, como sabéis consejero de Cultura, Turismo y Deporte de la Junta de Castilla y León, un artículo que sin duda será de vuestro interés. Pone en claro brevemente diversas realidades históricas con respecto al toreo y su origen.
En efecto, nada tiene que ver éste con la caza del uro neolítico por muy antecedente que se presente de la relación de lucha, de pugna, que fue luego la lidia, anterior al toreo. Aparte, de que cómo es lógico, el uro era un animal totalmente distinto en morfología y caracteres y nada tenía que ver con el toro bravo de lidia que se ha ido criando desde tiempo bajomedieval en el solar hispano.
En la defensa del toreo como elemento constitutivo de la nación hispana basta con ceñirnos a la realidad histórica de las coronas peninsulares medievales, particularmente la de Castilla en su solar norteño y no hace falta, por ser impropio, remitirse a la prehistoria ni a realidades mediterráneas de la Antigüedad que eran ya espectáculo social pero que se basaban en sortear el peligro de la res y no en hacerle frente y poderle, la verdadera naturaleza del toreo.
La Historia tiene su lógica, su evolución en las edades de los tiempos, su razón de ser, y no hace falta apelar a irrealidades. Al pie os compartimos la Tercera de Santonja titulada «El Toreo y la cultura española».
La Junta Directiva
Mayo, 2024
Los ecos de la presentación en el Real Casino de Madrid de la gran obra de nuestro asociado Ramón Villanueva sobre la ganadería brava navarra se han prolongado en la revista de la notable institución madrileña, Real Casino de Madrid, de edición trimestral para los socios y en la que se recoge una reseña en el último número, el de primavera (nº 111), pp. 72-73:
Agradecemos al asociado de la UBT y del Real Casino, don Lorenzo López Simón, la remisión de la reseña del acto, desarrollado en el Salón del Torito el 22 de febrero.
Abril, 2024
Recogemos una noticia de prensa sobre la obra monumental editada por la UBT sobre la casta navarra a cargo de nuestro asociado Ramón Villanueva; apareció en el Diario de Navarra el 2 de abril y la firma Carmen Jusué, siendo de interés:
DICIEMBRE, 2023
EDICIONES DE MIEMBROS DE LA UNIÓN DE BIBLIÓFILOS TAURINOS EN 2023
Campos Cañizares, José (et alii), Adenda 2023 al Manifiesto Fundacional TIJRT 2013. Madrid, Tertulia Internacional de Juegos y Ritos Taúricos, 2023. 8º mayor, 11 págs.
Carrasco Andrés, Fidel/Carrasco Andrés, Julio/ Castillo Rodríguez, Carmen del. Lo que los hados se llevaron. Madrid, Grupo Nexo, 2023. 4º mayor apaisado, 339 págs., con fotografías.
Feiner, Muriel. The bulls, the bullfighters and their world. Granada, Club Taurino de Londres, 2023. 4º, 287 págs., con fotografías.
García, Marcos. Félix Rodríguez, el hombre que pudo reinar. Valencia, Avance, 2022. 4º menor, 351 págs., con fotografías.
González Jurado, Ángel. Reales Plaza de Toros de Madrid. Siglo XVII a 2022. Málaga, Exit Narrativa, 2023. 4º, 369 págs., con fotografías e ilustraciones y planos.
González Troyano, Alberto. El torero, héroe literario. Prólogo de Fernando Savater y Félix de Azúa. Sevilla, Athenaica, ediciones, 2023. 4º, 382 págs., con ilustraciones.
Hernández, Manuel. Rafael «El Gallo» en Madrid. Todas sus actuaciones (1899-1935), vistas por la Prensa. Prólogo de Javier García Gibert, Epílogo de Gonzalo I. Bienvenida. Madrid, [autoedición], 2023. Folio apaisado, 442 págs., con láminas, ilustraciones y fotografías.
Picamills Ruiz, Antonio. Matadores de toros en el mundo. Tomo 0. Siglo XVIII. 1730 a 1800. De Juan Rodríguez «El Mayor» a Juan Núñez «Sentimientos». Con la colaboración de Jayro Muñoz García.
Picamills Ruiz, Antonio. Dietario Taurino 2024. San Sebastián, [s.n.], 2024. 4º símil piel planchas doradas editorial, 317 págs., con láminas, retratos, multitud de datos y direcciones de gran utilidad al aficionado y al profesional.
Rodríguez Aguado, Francisco. La saga de los Ortega. La forja de una estirpe entre los tablaos y los ruedos. Alicante, Editorial Club Universitario, 2023. 4º, 409 págs., con fotografías.
Salamanca Llorente, Francisco. Correr toros en Cuéllar. Como se hace de uso y de costumbre. V. 1: Entre el tiempo inmemorial y la participación popular en el encierro; v. 2: Evolución del encierro moderno. Correr toros en la plaza y en la calle. Cuéllar, Ayuntamiento de Cuéllar-Junta de Castilla y León-Diputación de Segovia, 2022. 4º, 232 págs. y 152 págs.
Abril, 2023
Picasso y el toreo: la simbiosis perfecta
Estimados asociados/as,
Estos días se conmemora el cincuentenario de la muerte de Pablo Picasso -antesdeayer concretamente fue la fecha exacta-. La Unión de Bibliófilos Taurinos no puede silenciar u obviar su dimensión en la difusión del hecho taurómaco durante la Contemporaneidad al ser excepcional por su significación en el siglo XX: su expresión taurómaca es inconfundible, su calidad artística incuestionada y es universal. La enormidad de su talla en el Arte Contemporáneo le parangona a Einstein en el ámbito de la Ciencia, a María Callas en el de la Ópera, a John Ford en el de la Cinematografía o a Sinatra en el de la música popular, verdaderos iconos de la Civilización Occidental en la centuria.
Personalidad fuerte y acusada, para muchos hoy demasiado en estos tiempos de peso como una losa de lo políticamente correcto, los inquisidores actuales le ven como macho alfa y como modelo negativo de artista, precisamente por su relación pasional con el universo femenino y el taurómaco, y por tener amistades asimismo de fuerte personalidad viril, caso de Luis Miguel Dominguín, insoportables ambos para el paradigma actual de varón andrógino. Pero es tal la singularidad y excelsitud de su aportación artística, solo con el Cubismo por muestra, que toda perspectiva ideológica sesgada queda invalidada.
En su Málaga natal consta ya vio corridas de toros en su infancia, y como Goya, en su fuero interno siempre quiso haber sido matador. Le marcó tan profundamente la tauromaquia que hay estudiosos actuales que estiman que su emblemática imagen del Minotauro, repetida en su producción, es en realidad la de un autoretrato.
Los bibliófilos taurómacos nos fijamos en cuatro obras suyas sobre papel especialmente atractivas y representativas. La Suite Vollard (1930-37), que contiene una amplia producción grabada de varias temáticas y en ella su conocida serie de Los Minotauros, quince (I-XI y XIII-XVI), que contó con ediciones posteriores (así 1973, 1992).
Sigue la Tauromaquia de Pepe hillo, ejecutada para Gustavo Gili en su colección La Cometa, de 1959, con veintiséis aguatintas al azúcar en cuarto mayor apaisado y que pronto se hizo rara, por lo que ya en 1980 fue facsimilada por la propia casa Gili, siendo la edición hoy accesible. De esta obra se hizo un Carnet en dos volúmenes, en 1963, en pequeño formato con sus materiales preparatorios.
Si la Suite Vollard y la Tauromaquia de 1959 tienen un concepto elitista de creatividad, llevó nuestro malagueño la expresión artística taurómaca más a lo popular, con la plástica producción Toros y toreros, al poco, en 1961. En estuche y con presentación de Luis Miguel, apareció en folio mayor esta tan conocida edición del Cercle d’Art parisino, con más de setenta litografías reproducidas en negro y a color, muy vistosas, siendo reeditada luego en 1962, 1980 y 1993.
A la par, apareció en Monte Carlo ese 1961 A los toros en la editorial de André Sauret, otra obra gráfica en cuarto apaisado y asimismo con estuche, conteniendo 103 láminas en negro y cuatro litografías en papel especial grueso, una en 24 colores dedicada al picador. Estas dos obras gráficas últimas fueron editadas en diferentes lenguas europeas, lo que supuso una difusión enorme del concepto visual del toreo que tenía el genio andaluz.
No se puede finalmente omitir la interpretación taurómaca del Guernica, pintura maestra cuyo nombre le fue asignado posteriormente a su ejecución tras el encargo del Gobierno republicano. La califica de “una gran tauromaquia” su amigo José Luis Galicia, su última amistad española viva, asimismo gran artista, poeta y de refinada talla cultural. Galicia es buen conocedor de la génesis de la obra y fue determinante en el regreso a España de la obra icónica de la pintura española del siglo XX. Recientemente ha declarado que antes de la Guerra Civil tenía avanzados bocetos y pruebas importantes.
Existe la teoría de que en realidad es un homenaje pictórico a Sánchez Mejías y a su muerte, al igual que Lorca escribió su elegía tan célebre, la más importante de toda la poética hispana. Sea así o no, son evidentes las diversas claves taurómacas de la gran obra, expresadas con gran dramatismo, y no se pueden ignorar en su lectura visual ni en su interpretación, como se ha hecho por tantos estudiosos.
En efecto, la bombilla cenital remite fácilmente a la de una enfermería, el caballo exasperado al de un picador embestido por el toro, hay un varón yacente que sostiene a su lado una espada rota, simbolismo de derrota y pérdida, y que recuerda, en otra postura y con menos dramatismo, la imagen del matador muerto yacente de Manet, con una espada a su lado asimismo y que conocía bien sin duda nuestro artista. Además, las caras gritantes pueden remitir a los asistentes a la cogida mortal o a las antiguas plañideras gesticulantes que en los pueblos acudían a las casas de los muertos, y aparece destacada una cabeza de toro, unida a un cuerpo de cuadrúpedo con cola. Por último, está en el cuadro una madre con un hijo muerto en sus brazos, símbolo de toda madre que pierde al suyo con independencia de la edad… demasiadas claves taurinas… como para silenciarlas…
En la producción taurómaca picassiana, tan vasta, en pintura, en cerámica, en grabado… Pablo nos vino a explicar que el toro excede en obviedad lo hispano, partiendo de ser distintivo y constitutivo de su cultura, para convertirse en parte de la cultura universal al ser mito, vida, energía, símbolo, fuerza, lucha,… es un tótem que une a la razón humana con lo telúrico y lo mistérico de la madre tierra, por lo que la simbiosis humano/toro es atemporal y se convierte en una eterna religión laica al ser rito sacrificial.
Valgan estas líneas como pequeño homenaje de la Unión de Bibliófilos Taurinos a Pablo Picasso, el mejor intérprete posible para trasladar la Tauromaquia al arte del siglo XX, y llevarla, de lo hispano, a lo universal. Lo que puede el Arte.
Valentín Moreno,
Vcpte. de la UBT
Diciembre, 2022
EDICIONES PUBLICADAS EN 2022 POR ASOCIADOS DE LA UNIÓN DE BIBLIÓFILOS TAURINOS
Balcells, José María, Tragedia en juego. Toros y Tauromaquia en Miguel de Unamuno. Jaén, Universidad de Jaén, 2022. 4º, 490 págs.
Badorrey, Beatriz, Taurinismo / Antitaurinismo. Un debate histórico. Madrid, Cátedra, 2022. 4º menor, 413 págs.
Feiner, Muriel, Mi barrio de las Letras. Con un guiño a la Tauromaquia y al Flamenco. Prólogo de José Luis Martínez-Almeida. Madrid, Editorial Temple, 2022. 4º, 391 págs., con fotografías.
Gutiérrez Valentín, Luis, Miguel Hernández, llegó con tres heridas. Aranjuez, Ediciones Atlantis, 2022. 4º, 344 págs.; dedica unas páginas a su aportación al Cossío.
Larrea, Koldo, Plaza de Toros de Pamplona. (1922-2022) 100 años de alegría. Prólogo de Juan José Martinena. Navarra, José Luis Larrea Azpeteguía, 2022. 4º, 573 págs., con fotografías.
Moreno Bermejo, José María/, Ramos Rubio, José Antonio/, Lozano Palacios, Carlos Jesús, La fiesta taurina en Trujillo. Historia, arte y tradición. Cáceres, Tau Editores, 2022. 4º, 208 págs., con fotografías.
Picamills, Antonio, Dietario taurino 2023. 4º, San Sebastián, GESFRANTOROS, 2022, 350, [50] páginas, con ilustraciones y fotografías, retratos, direcciones útiles, estadísticas; tela editorial.
Salazar, Juan, Plazas de toros, plazas de ensueño. Madrid, [autoedición], 2022. 4º menor, 430 págs., con fotografías.
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Sinisterra Gago, José Vicente, Recuerdos desde la naya. La Tauromaquia en València. 1800-1950. Madrid, [autoedición], 4º, 257 págs., con fotografías. Primera y segunda edición en 2022.
Sinisterra Gago, José Vicente, Fernando Gómez García, Gallo. Patriarca de una estirpe de toreros. Madrid, [autoedición], 2022. 4º, 123 págs., con fotografías.
Teruel Martínez Susana/Arias Nieto, Salvador, Ignacio Sánchez Mejías. Muere el hombre, nace el mito. Estudio de Susana Teruel Martínez y selección poética de Salvador Arias Nieto. Santander, El Desvelo ediciones, 2022. 4º, 321 págs., con fotografías.
Y en prensa, edición inminente, la 3º, de:
Herrera del Rey, José Joaquín, Hablemos de Toros… y de Cultura. Valencia, Avance Taurino, 2022. 4º, 259 págs., con fotografías. 3ª edición
Septiembre, 2022
PLAZAS DE TOROS, PLAZAS DE ENSUEÑOS
ÚLTIMA APORTACIÓN BIBLIOGRÁFICA DE UN COMPAÑERO ASOCIADO DE LA UBT
Los bibliófilos taurinos, tradicionalmente, somos mucho más de obras sobre grandes diestros, o relativas a ganaderías célebres señeras que no tanto a libros sobre plazas de toros. En obviedad, sin embargo, existe general interés por la historia de los cosos más históricos o relevantes, por sus hechos más destacados ocurridos en el ruedo, algunos convertidos en verdadera efeméride. En ocasiones también, la propia antigüedad de la plaza hace que ya sea objeto de interés, como sucede con la llamada Ancianita, la plaza de Béjar, inaugurada en 1711, coetánea aún por tanto al uso de las plazas mayores urbanas.
En la de Béjar, con aproximación temprana en la historiografía de las últimas décadas (Muñoz García, 1961, 2ª ed. en 1981), de hecho existe una Asociación de Amigos de la Plaza de Toros de Béjar –uno de nuestros asociados ilustres, Gonzalo Santonja, es bejarano y muy ligado de siempre a tan singular plaza- y existe asimismo una Unión de Plazas de Toros Históricas de España, creada en 2000 al socaire de la mencionada Asociación –surgida el año anterior-, que publicó un folleto sobre ellas (2003). El estatus de plaza histórica se reconoce oficialmente para una docena en dicha Unión y no son solo hispanas pues se incluye, claro está, la limeña de Acho (1766). No obstante, como se sabe, hubo festejos en las plazas mayores hasta incluso en ocasiones adentrado el siglo XIX, el último en la de Madrid fue en 1846 con motivos de las dobles bodas reales, de hecho ya llevaban tiempo muy circunscritas a festejos de índole regia.
En el seno de nuestra Unión de Bibliófilos Taurinos hubo hace décadas un asociado muy activo que puso su foco de atención en las plazas de toros, el edificio albergador del nuevo gran escenario de la lidia, el ruedo, surgidos tras el referido protagonismo escénico de los siglos XVI y XVII de dichas plazas mayores urbanas, heredando su denominación de plaza: fue Francisco López Izquierdo, que quiso darles su protagonismo consciente de la gran atracción de los aficionados por los matadores históricos y las ganaderías afamadas.
López Izquierdo se centró mucho en los diferentes lugares de la villa y corte donde se levantaron plazas exprofeso para los toros y su fiesta (El Avapiés, 1985, 2ª ed. en 1992), en un libro sin pretensiones, conciso y útil. De mucha más envergadura sin duda fue su aportación publicada por la UBT y dirigida a sus miembros, aparecida a la par, en 1985 su primer volumen y en 1988 el segundo: Plazas de Toros de la Puerta de Alcalá, en tirada de nuestros habituales 200 ejemplares sobre buen papel en folio. Ofrecía una aproximación documental sobre los festejos, con muchas noticias sobre ellos, debiéndose de hacerse por su interés posteriormente una tirada sencilla para más accesibilidad.
Tras ese aporte de investigación erudita, de alto interés histórico, volvió López a lo divulgativo con un vademécum o manual de todas las plazas mayores y de toros existentes en España con datos y fechas de cada una (1992, en 8º, 288 p.). Lamentablemente, muchas hoy cerradas y desaparecidas. Todavía en 1998 nuestro prolífico asociado dio a la luz Plazas de Toros, en folio, en tapa dura con sobrecubierta, donde solo abordaba las veinticinco plazas más representativas a su juicio, con fotografías. Ese antecedente bibliográfico que generó López Izquierdo situó la atención sobre la materia en el mercado editorial y fue el que dio lugar a la producción posterior sobre plazas y cosos, con más calidad bajo otros perfiles de elaboración, destacando sobremanera el volumen, muy técnico, de Guillermo Vázquez Consuegra editado en el contexto de la Expo de Sevilla por la Junta de Andalucía (1992), en gran formato, cuyo éxito dio lugar a otra edición en 1995. En él se estudian 52 espacios tauromáquicos reflejando su evolución tipológica. Al año siguiente a la primera edición, en 1993, se publicó en dos volúmenes la obra de Emilio Lahera, en folio y casi 700 páginas.
Desde entonces, han aparecido otros muchos libros sobre plazas de toros, ya sea en aproximación individual de una capital de provincia o localidad destacada, o las de una comunidad autónoma, caso de Extremadura (García Estop, 2003), comunidad en la que tanto auge ha tenido lo taurómaco en las últimas dos o tres décadas décadas por el asentamiento de no pocas ganaderías en sus dehesas. En los estudios sobre plaza concreta, es imposible no mencionar el de los hermanos Fidel y Julio Carrasco y Carmen del Castillo sobre la joselitista Monumental de Sevilla, aproximación a la vez emotiva, por las circunstancias de su proyecto y su final, y de gran calidad técnica, al ser arquitectos (La Monumental de Sevilla, el sueño de Joselito, 2018).
El recorrido bibliográfico anterior lo considerábamos necesario de indicar pues no sólo precede y enmarca a una nueva aportación de miembro de la UBT al efecto, sino que la subraya y recalca pues en la novedad editorial que se va a comentar se logra ofrecer una visión radicalmente distinta a las propuestas anteriores, singular. El libro de Juan Salazar, de hecho, despista. Si solo se ve a cierta distancia, sin hojearse, uno piensa rápido, dado su grosor y su formato en cuarto alargado, que es un renovado vademécum expositivo de datos constructivos de plazas y efemérides taurómacas ocurridas en ellas, al estilo metodológico de los títulos anteriores. Por cierto, son noventa los espacios de los que se trata en el libro de Salazar. No. No hay fría sucesión de hechos histórico-taurinos, ni referencias documentales, ni tampoco notas al pie.
Es un relato, no un texto erudito, de aproximación íntima, personal, a dichos ámbitos físicos donde se corrieron toros, donde se toreó, que rezuma emotividad, pues es un acercamiento vivencial, emocional. Éste carácter es distintivo de la producción escrita salazariana: recordemos su recorrido por las calles madrileñas en su trasfondo taurino, olvidado casi siempre, y recuperado por el autor en sus Remembranzas imaginarias. Madrid, museo abierto (2018). Salazar usa ahora el mismo concepto narrativo, allí, en 120 estampas del Madrid taurino nos trasladaba el alma de los lugares –algo que parece imposible pero que consiguió con su prosa tan suya- a través de las personalidades taurinas vinculadas a ellos. Ahora, con la misma metodología de narrativa cálida y puesta en página con pequeñas fotografías, ilustrando un texto de sentimiento, nos traslada a las plazas. Muchas de ellas no fueron grandes escenarios y hoy están cubiertas por líquenes y musgos testigos de emociones populares muy de antaño, o pocas décadas aún, o que siguen albergándolas pues están en activo.
En un mundo actual tan tecnológico, el autor nos transporta con su suave prosa a espacios de una atmósfera única, muchos de pueblos pequeños, y que resultan hoy mágicos. Al sentarse el espectador actual en esas viejas piedras puede cerrar los ojos e imaginarse a la gente del pueblo, asistente a festejo de hace uno o dos siglos, tan bullanguero, con sus gritos y viandas, tan pasional y distinto del de hogaño, cada temporada en general más pasivo, más silente, más difícil de emocionar y menos humano y, eso sí, más tecnológico pues ya hay quien está grabando con el móvil la faena en vez de verla, de sentirla.
La prosa humana de Salazar, ajena a erudiciones huecas –en ocasiones emotiva, otras no, pero siempre de mensaje emocional- casa a la perfección con la sensitividad que transmiten esos lugares de memoria colectiva taurómaca, templos del sentir popular español, ajenos a la frialdad antihumana presente que se está instalando en la sociedad, frialdad que no conoce de caracteres nacionales, de “hechizo” de los españoles por el toreo, como titulaba nuestro asociado García Añoveros su notable libro (UBT, 2007).
Pero no crea el lector es solo un relato a flor de piel que juega con la complicidad del lector, pues entre anécdotas y pareceres, incluso entre diálogos reales o figurados, hay datos importantes que había que reflejar y se deslizan con habilidad. En todas las plazas ha estado el autor –peregrino incansable en pos del arte, del sentimiento del toreo- y todas las fotografías son suyas, salvo una de Andrew Moore, el reputado fotógrafo inglés (la de p. 376).
Al final del volumen hay una relación de las plazas glosadas con unos datos que son claves para el lector: localidad, provincia, antigüedad y carácter edificatorio cuando es singular, caso de las octogonales, ovaladas, cuadradas o rectangulares, o las que lindan a un santuario, realidad histórica ésta muy sustancial pues el origen del festejo está muy unido a la festividad católica de honrar a un santo/a o virgen, y quitando las fiestas de corte que conmemoraban bodas o natalicios regios, su principal naturaleza festiva siempre fue esa, coincidiendo con las fiestas patronales o las vírgenes locales, por eso las placitas que pegan a santuarios suelen ser muy antiguas. En realidad, suponen dos liturgias conectadas, una religiosa, la otra civil, una sacral, la otra popular, pero imbricadas en el ser histórico hispano desde siglos.
Acabamos, perdonad lo largo. Si no hay notas al pie –ni falta que hacía pues facilita ello mucho la lectura de corrido- sí hay bibliografía pertinente final. Como dijimos líneas arriba, cuidado con este libro, que engaña. Al ver el lector que son noventa estampas, noventa perfiles sentidos de cada plaza, piensa, qué bien, iré poco a poco leyendo, ahora me pongo con dos o tres y mañana sigo. No. Sigue una interlocución tras otra, una plaza tras otra que te pide la escuches, en el hechizo mencionado pues, créanme, la cercanía expresiva del autor embruja la curiosidad del lector y entre la calidez narrativa y las pequeñas fotografías, que transmiten intimidad visual, se va dando cuenta uno que ha quedado impregnado de lo escrito, mucho más noticioso de lo que parecía, estando envuelto el relato, y uno mismo, en la escritura salazariana, tan personal. Todo un estilo propio.
La Junta Directiva
Juan Salazar, Plazas de Toros, Plazas de Ensueño.
[S.l.][s.n., autoedición], 2022.[3], 430, ][1] pp., il. fot., 23’2 cm
Julio, 2022
Recientes contribuciones de nuestros asociados
Asociados de la UBT han aportado diversos textos en los últimos meses, los más próximos sean seguramente la notable contribución del catedrático de Literatura José María Balcells sobre Miguel de Unamuno, Tragedia en juego. Toros y tauromaquia en Miguel de Unamuno. Jaén, Universidad de Jaén, 2022, de la que se hace reseña más abajo.
Y añadimos tres textos breves pero significativos. Los recogemos por su especial interés, al concentrar información valiosa en poco espacio, y para noticia de los asociados. Los tres están presentes en el último número de la revista del Club Taurino de Pamplona (Año XLIV, número 43) de este mes de julio. Son de José María Sotomayor haciendo relación de las ediciones -hasta en Rusia- de uno de los escritos de más repercusión histórica entre los aficionados, la biografía novelada de Chaves Nogales sobre Juan Belmonte, «Juan Belmonte García. Manuel Chaves Nogales», pp. 39-42; y dos textos de uno de nuestros asociados historiadores del toreo, Víctor Pérez, en la misma publicación, «Breve biografía sobre Juan Belmonte», en pp. 60-61 y «Primeras crónicas sobre San Fermín en la prensa madrileña», a mitad del XIX, en pp. 95-96.
Para solicitar la edición digital de la revista -recomendable, entre otras colaboraciones, por el bloque monográfico dedicado a Belmonte con plumas como la de Domingo Delgado de la Cámara entre otras- dirigirse a la siguiente dirección del Club Taurino de Pamplona: ctaupamplona@gmail.com
La reseña sobre el relevante libro de Balcells es la siguiente:
Unamuno taurómaco, definitivo, a cargo de nuestro asociado Balcells
En el lejano abril de 1965, la Unión de Bibliófilos Taurinos acabó de imprimir un proyecto iniciado el año anterior –de ahí su fecha de portada-, que recopilaba aportaciones taurómacas de Miguel de Unamuno, uno de los pensadores de más significación del siglo XX español.
Se recopilaba a cargo de Manuel García Blanco trece artículos de prensa que iban desde Eugenio Noel a la muerte de Gallito. Se incorporaron como apéndice dos cartas de don Miguel, una a Felipe Cortines y Murube, y otra al propio Noel, seudónimo de Eugenio Muñoz Díaz, que en sus furibundas campañas antis (antitaurinas, antiflamencas, no exentas en parte de impostura y de mero enfatismo literario, dada su relación personal con Rafael el Gallo y su toreo), tanto hizo por difundir las dos aficiones hispanas de nuestro ser histórico moderno y contemporáneo.
El unamunista García Blanco glosaba los textos recordando lo contradictorio del pensar de nuestro autor, contradictorio incluso con sí mismo pues su evolutiva, vista cronológicamente en corta horquilla de tiempo, era antitética no raramente según plasman sus escritos sobre diversas materias. Así, constan fotografías de don Miguel en corridas y sus dibujos camperos de toros en su Casa Museo salmantina, y a la vez contamos con artículos denostadores cuya coyuntura era la del 98, sintiendo el “dolor” finisecular de una España refugiada en la fiesta de toros mientras se daba fin a los restos de lo que había sido el poder imperial hispánico en el mundo.
Ante una realidad profunda, la pérdida de afán protagónico de España en el concierto mundial de entonces y su inhibición instrospectiva, veía Unamuno al toreo como afición superficial e inculta, con un poder totalizador en la sociedad española baldío. En obviedad, su visión ni era animalismo ni antiespañolismo como es hoy –todo lo contrario en lo segundo, a la búsqueda en sus reflexiones de una España regenerada en su ser-, ni era preocupación por la vida humana como en los moralistas áureos.
En 2018, el catedrático José María Balcells, uno de nuestros asociados más intelectuales, retomó la materia, de altos vuelos interpretativos al ser personalidad cimera del pensamiento español contemporáneo, e hizo su aportación bajo nuevas luces y nuevos textos unamunianos. Quedaba así escueta la contribución de García Blanco, que había sido notable décadas atrás por lo que significaba, aunque fuera solo por poner en relación al filósofo con lo taurómaco.
Acertadamente, Balcells tituló esa nueva edición, muy acrecentada de textos, Miguel de Unamuno. Visiones taurómacas. Tras 39 páginas de verdadero estudio preliminar, y el buen retrato de Ramón Casas, se halla la gavilla de poesías unamunianas donde a la par que da puyazos irónicos al general Primo de Rivera y al poder militar constituido al socaire del festejo más relevante de la temporada (“Corrida de Beneficiencia”, 1928), hace un canto al toro como animal totémico en versos emotivos de especial belleza (El Cristo de Velázquez, 1920, XXIII). Son una docena de poesías que preceden a Un artículo y tres cartas.
Las últimas son a Cortines –la misma referida antes-, otra al crítico don Luis Uriarte y la última al torero-intelectual por excelencia, Ignacio Sánchez Mejías, que encarnó en su persona al toreo mismo –el suyo y en trasunto vital el de su cuñado Gallito– y a la propia generación del 27, inexplicable sin él pues propició como se sabe su génesis. Unamuno captó inmediatamente el brillo personal de Ignacio y su valía extrataurómaca, ofreciéndole su amistad en 1929. Antes de las tres cartas se reproduce el artículo “Entremés yankee” presente en la anterior edición de la UBT, de trasfondo noventayochista, glosando el “disparate” y “desatino” –así lo califica varias veces don Miguel- que supuso un artículo antitaurino de una norteamericana, de mucho eco.
Pero Balcells, intelectual inquieto por excelencia, siguió acercándose a la gran dimensión unamuniana y nos ofrece en este año un trabajo muy elaborado. Y tanto, pues el suyo anterior lo deja situado como un mero punto de partida de la profunda contribución presente, casi una mera recopilación textual si no fuera por las contextualizadoras páginas preliminares de 2018. Este volumen de ahora, editado por la Universidad de Jaén, y que ha dado lugar a los párrafos anteriores como marco, supone sin duda la media verónica balcellsiana. Su “ahí queda eso” sobre Unamuno y los toros. En casi 500 páginas en cuarto, el volumen se titula Tragedia en juego. Toros y tauromaquia en Miguel de Unamuno. La palabra inicial no es baladí. Lo trágico en el pensar unamuniano no solo es percepción de sentimiento, es concepto de vividura hispánica, como señalaba Américo Castro.
La parte textual comprende un centenar largo de páginas (343-374), arropadas con notas aclaratorias y explicativas nunca espúreas pues además de ofrecer datos concretos iluminadores para la comprensión de personajes y situaciones, hay comentarios de profundidad, cimentados incluso en erudición bíblica. Es el caso de la asociada al contenido poético de los versos de El Cristo de Velázquez, “Tú, blanco toro de lunada frente/” (verso primero), remitiendo al Levítico y al rito sacrificial de un becerro para expiación del pueblo pecador, según ordenó Jehová a Moisés. De ahí el verso décimotercero: “Tú, becerro de carne mantenida/” por los hijos de Adán, oponiéndolo al de oro… son comentarios que requieren un saberes profundos nada comunes en la actualidad…
Como primera parte, ofrece Balcells una veintena de epígrafes dentro de cuatro muy amplios capítulos. Hace el autor un estudio detallado de interpretación, tras una hermenéutica rigurosa, en una labor que no es un mero ensayo, es un vademécum unamuniano. El primer bloque Miguel de Unamuno y la tauromaquia, es muy esclarecedor de la evolutiva vital del pensador hacia ella y sus distintos sentires, culminando con un comentario rico de su poesía y las cartas ya referidas. Solo la Introducción de este capítulo inicial son 32 páginas, destacando el magnífico relato del distanciamiento de don Miguel de Noel, en progresivo desengaño… (pp. 18-25). Esta parte inaugural del volumen, maciza y por si sola un libro, son 166 páginas.
Sigue otro bloque, Tauromaquia y lenguaje, muy breve en comparación con el decursivo anterior pero fundamental para apreciar la dimensión vital de lo taurómaco en el pensador: el lenguaje taurino que usa, su léxico y fraseología, y hasta los dichos de toreros de que se hace eco, empezando por las célebres sentencias del Guerra pero de otros diestros asimismo, como Lagartijo y El Espartero. Prosigue un muy amplio capítulo sobre Amistades taurinas de Unamuno, donde en nueve epígrafes se nos aparecen personajes vinculados a don Miguel, muy salmantinos algunos, como el crítico El Timbalero o el ganadero Argimiro Pérez-Tabernero Sanchón. Está presente su pasión por el Ignacio Zuloaga taurómaco, el Blasco Ibáñez de Sangre y arena, la escritura taurina de Machado, Manuel –“el bueno”, como distinguía con ironía sarcástica Borges-, para acabar este bloque enjundioso con Cossío y su convivencia fructífera con él en Salamanca, Tudanca, La Magdalena… es imposible sacar más punta al lapicero de Unamuno de la que saca Balcells…
Y cuando el plato ya está lleno a rebosar en banquete para el lector, falta lo mejor, un postre exquisito para el aficionado. Son recuerdos y anécdotas de determinados protagonistas en el ruedo, del gran escritor y ellos, empezando con Mazzantini y las conversaciones mantenidas con el torero señorito, y su relación fluctuante, prosiguiendo con un picador singular, Memento, Antonio Ramírez, el varilarguero retirado lleno de sal; el vasco Domingo Uriarte, Rebonza, que le dedicó un toro y que intervino en un simulacro nada menos que en el Madison Square Garden de Nueva York y que acabó cambiando el estoque por el pincel, sintiéndose artista.
La puntilla de este amenísimo bloque, y de toda la primera parte, es lo dedicado a Félix Rodríguez II, en cuya tarde de alternativa estuvo don Miguel, entendiendo entonces que la corrida había evolucionado mucho desde aquella primera que vio en 1884 en Bilbao, de la que él no sentía nostalgia pues en aquel entonces juzgaba la corrida de “brutal” (p. 338). Ahora, apreciaba, una dimensión artística que antes no sentía, en aquel septiembre de 1932. Sin duda, la asimilación del nuevo toreo iniciado por el difunto rey de los toreros y asentado por Chicuelo unos años antes con la grandiosa faena a Corchaíto, y su impacto, cambió la concepción del último tercio, ya no solo basado en el poder sino en la estética. Había ya que estructurar la faena no solo con lidia sino con concepto artístico, reinando Chicuelo y Marcial Lalanda, en unas tauromaquias personales muy evolucionadas y en efecto artísticas comparadas con aquellos lejanos años ochenta, medio siglo antes…
Para sustentar toda la muy trabada aportación anterior, ofrece el autor una completa bibliografía de dieciséis páginas (475-491). Pero omite Balcells las referencias de la abundante cita de prensa de época, que menciona con frecuencia en su estudio y si las hubiera incluido hubiera salido la bibliografía no poco más abultada. Las fuentes de todo tipo, en efecto, manejadas por el autor son exhaustivas para su fin interpretativo, en trabajo de largo aliento que tiene detrás mucho tiempo de dedicación.
Esta contribución del profesor Balcells –hay que acabar ya, perdón por lo largo- es una obra magistral, sin resquicios a futuras aproximaciones a la materia que se hayan escapado. No hay tales escapes. Un esplendoroso diamante talla brillante, con muchas facetas, es lo que nos regala este asociado nuestro en plena madurez intelectual de su laboreo en pro del mayor conocimiento del mundo del toro en la vida y producción de uno de los pensadores de más relieve de la España contemporánea, nada menos que don Miguel de Unamuno.
Estamos en deuda contigo, José María, todos los estudiosos de la significación del mundo de los toros en la cultura, sin adjetivos.
Los asociados interesados en la adquisición del libro pueden solicitar ejemplar a la Editorial Universidad de Jaén: editorial@ujaen.es
Valentín Moreno Gallego, Vcpte. de la UBT
Noviembre, 2021
Las fiestas ducales de Lerma de 1617 en nueva aportación
En 2016, la Unión editó la obra de Pedro de Herrera, Translación de Santíssimo Sacramento a la Iglesia de San Pedro en la villa ducal de Lerma... (Madrid, Juan de la Cuesta 1618), pues en ella se recogen con amplitud riquísimos festejos taurómacos, despeñadero incluido, realizados el año anterior por empeño de don Francisco de Sandoval, el todopoderoso valido de Felipe III. Ya entonces mostraba serios signos de debilidad en el poder, en breve concluido debiendo dejar la corte.
Esos fastos -más de 300 mil ducados en conjunto de coste- fueron estudiados por nuestro presidente Cabrera en nuestra edición, y ahora, bajo nueva perspectiva y datos bibliográficos muy interesantes que contextualizan la edición primera de 1618, aparece nueva aproximación.
La firma el profesor de la Universidad de Málaga don José Miguel Morales Folguera, del Departamento de Arte, donde ofrece novedosas noticias e interpretaciones de los ricos fastos ducales en agasajo de Felipe III, y que incluye incluso dos detallados planos de la localidad, con el palacio ducal, la plaza, etc.
Ha tenido a bien remitirnos su texto aparecido en el Boletín de Arte (nº 42, pp. 295-302) del departamento universitario y, como complementa y completa lo estudiado por el presidente, lo insertamos por su interés.
https://revistas.uma.es/index.php/boletin-de-arte/article/view/12912/13989
Recuperando al diestro Agualimpia, primo segundo de Joselito
Francisco Javier Orgambides, miembro de la UBT muy activo como autor en prensa andaluza dando a conocer aspectos de la historia del toreo y difundiendo nuestras ediciones, es especialista en realidades insospechadas del gallismo.
En esta ocasión nos envía un reciente artículo sobre el no solo olvidado -también vilipendiado sin verdadero fundamento-, Agualimpia, nacido en 1874 y que no solo estuvo pendiente de José en sus inicios infantiles en el toreo -de ahí su leyenda negra-, sino que tuvo singular relación con Rafael, con el que alternó tardes, y una trayectoria interesante en los ruedos que glosa Orgambides. Pariente por tanto muy cercano a los Gallos, a este torero de tan bello apodo le cupo el desgraciado honor de presidir la misa por su primo que se le hizo en Cádiz en 1920.
La Pardo Bazán, insigne guerrista
Como se sabe, este año se conmemora el centenario de la muerte de doña Emilia. Ha habido estos meses muy diversas aproximaciones a su relevante figura literaria, así, su peculiar relación con Galdós, la alta significación de su obra en la España de aquellos años… y otros aspectos no exentos de interés.
Sin embargo, ante el temor de que, dado el peso de plomo de «lo políticamente correcto» se soslaye su trato con lo taurómaco, su asistencia a las corridas, y sobre todo su lúcida visión de ellas, con enfoque muy válido en muy gran parte hoy en día, traemos al lector dos textos de altura al respecto de dos asociados nuestros. El primero en el tiempo es de nuestro presidente, don Rafael Cabrera Bonet, publicado en su blog Recortes y Galleos ya en el verano de 2016 y en el que, además de hacer glosa de las muy agudas observaciones sobre el toreo de doña Emilia, se ofrece un artículo de brillante rebatimiento de la Pardo a una autora antitaurina norteamericana, que había hecho gala escrita del habitual complejo de superioridad moral antitaurómaco. Rebatimiento brillantísimo.
El segundo, de reciente aparición, es de nuestro asociado nº 3, don Salvador Arias Nieto, del que huelga hacer asimismo presentación por el ser el mayor recopilador de poesía taurina, en regesta amplísima materializada en tres gruesos volúmenes hasta ahora, impresos con alta calidad editorial. Ambos textos inciden en la muy interesante relación que tuvo la gran autora gallega con el toreo, que comentan, el segundo recoge algunas inteligentes críticas a los usos sociales de la época hacia el toreo -y alguno en el ruedo- que percibía la galaica, y ambos recalcan su admiración evidente por Guerrita. En este año del centenario queremos dejar constancia en la UBT de la cálida y positiva visión del toreo de doña Emilia, y levantar pertinente acta.
Don Rafael Cabrera Bonet, blog Recortes y Galleos
viernes, 15 de julio de 2016
Hace sólo 120 años
En mis lecturas veraniegas me he reencontrado con un añejo escrito, un brillante artículo, de Doña Emilia Pardo Bazán, la Condesa de Pardo Bazán. Ciento veinte años, nada menos, ha que fue escrito y parece que fue ayer. Fue la vitalista condesa una literata sin par, fecunda, inteligente, libre, feminista hasta el punto exacto, defensora de causas siempre nobles y española amante de su terruño galaico como sólo los gallegos han sabido serlo (aunque hoy abunde una ralea infecta que abomina… hasta de su propia esencia).
Periodista, ensayista, novelista, la pluma y la inteligencia convivieron siempre de manera armónica y natural en ella; incansable en su hacer epistolar y en su producción articulista; una mujer, en suma, de esas hechas a sí misma… pero de hace casi siglo y medio.
Tuvo, y no fue la única ocasión en que mojó su pluma a favor de la fiesta nacional, la ocasión de responder a un escrito que desde Estados Unidos de América le enviaron criticando a España so pretexto de las fiestas de toros y su supuesta barbarie. El artículo con que responde aporta un buen número de puntos de enorme interés, especialmente si lo situamos en la España de su momento, precisamente antes del desastre del 98, motivado, en gran parte, casi en exclusiva, por la intervención americana en los asuntos nacionales de ultramar.
En primer lugar, por ser de autoría femenina, cuando en nuestro país se tenía por «rara avis» a cualquier mujer que proclamara sus ideas en público, especialmente si tenían que ver con la política o el orden social. Pues recordemos, para una buena sección de incultivados radicales, que en la España de esos años son muchas las mujeres que, como la Pardo Bazán, intervenían en la vida pública a pesar de no haber logrado aún emanciparse socialmente del varón. Una mujer, además, escribiendo a favor de la fiesta, realzando la presencia femenina en la fiesta… ¡eso seguro que levantará ampollas en más de un radical antitaurino!, lanzando por tierra su tópico de que la fiesta es machista. La gran presencia femenina como público, como afición, pero también como protagonista, ha sido, en muy buena medida, ignorada hoy y lo ha sido siempre.
Como bien recuerda la noble coruñesa, lo de matar indios Sioux era baladí; lo importante era atacar a España por la lidia de reses bravas… Unos Estados Unidos, a los que hoy nos rendimos con humillante delectación en lo cultural y en lo económico, que no dudaron en comenzar dos años más tarde una guerra contra la propia España, con afanes imperialistas, como antes habían hecho contra Méjico (cuyos territorios legítimos casi ocupaban dos tercios de la actual extensión de los USA), so pena de no sé qué agravios a los naturales cubanos y la vileza moral (más para ellos mismos y su propia historia) del auto-hundimiento del crucero acorazado Maine.
Siendo norteamericana la autora del panfleto anti-español, quizá, además, convendría recordar las pulsiones racistas que imperaban en aquellos momentos en una muy buena parte de la sociedad norteamericana, especialmente contra negros e indios, pero también contra inmigrantes de determinadas procedencias (chinos o italianos, por ejemplo…), de ahí que resulte muy convincente la tesis de la Pardo Bazán a favor de la fiesta. En efecto, efectiva y saludablemente, el espectáculo taurino da salida al anhelo «de lucha» en el pueblo mediante la lidia frente a un animal (no frente a otro ser humano), siempre supervisado y controlado por el poder político, que mitiga esa realidad social tan grave como la lucha entre seres humanos por cuestiones racistas. La fiesta ha sido, y sigue siendo, una válvula de escape de posibles tensiones, propiciada en sociedades como la nuestra mucho más tolerantes y abiertas que las anglosajonas, y que en Norteamérica derivaron en el exterminio casi absoluto de los indígenas, la segregación racial de negros (casi hasta nuestros días) o la exclusión de determinadas poblaciones inmigrantes (como los católicos, sin ir más lejos, aunque éstos ya se encuentren plenamente integrados en el sistema). Basta con mirar los informativos de hace tan sólo una semana en todo el mundo sobre los sucesos de Dallas…
El artículo de nuestra aristócrata -de tinta azul, como la llamó Carmen Bravo Villasante- no sólo está de plena actualidad, sino que rebosa frescura, ética, cordura y sentido común. Destaca lo enojoso de las discusiones nunca terminadas y siempre recomenzadas (y sobre los toros llevamos en España ya cinco siglos de polémicas), y la necesidad de empeñar nuestras fuerzas en asuntos de mayor humanismo, fijándonos, ante todo en nuestros propios problemas para con el prójimo (y no, precisamente, con los animales).
Desbarata por completo esa absurda tesis (tan viva hoy como hace siglo y medio a pesar de haber sido rebatida mil veces por sesudos intelectuales y millones de veces más más por la propia realidad) de que la fiesta hace a los espectadores brutales, bárbaros y sanguinarios (léase a los niños, por ejemplo, tesis de nuevo defendida por cuatro psicólogos de barra de taberna).
Precisamente, por ello, incide en las enormes diferencias que existen entre el alcoholismo y la afición a los toros. Desde el siglo XVIII, y sin ningún resultado por una parte, pero también sin haber aportado dato científico alguno para avalar tales tesis, los antitaurinos han venido proclamando que la fiesta es escuela de barbarie, de delincuencia y de asesinos. La estupidez, por más que inveterada, no deja de serlo. Ya hay quién con gracia, y aporte de esos datos, echó por tierra tales vanos argumentos… hace siglo y medio.
En efecto, es Miguel López Martínez, en sus Observaciones sobre las corridas de toros (Madrid, M. Minuesa, 1878) quien recoge el dato preciso. Al rechazar el falaz argumento de la asociación de tauromaquia y criminalidad, dirá textualmente: “Los datos que suministra la estadística vienen en apoyo de lo expuesto. Háganse comparaciones, y se verá que la criminalidad, fruto de la inmoralidad y de la barbarie, no es mayor en las provincias donde se dan corridas de toros, que en aquellas en que no se conocen. Véase la demostración en el siguiente cuadro que corresponde a la anualidad de 1863”, presentando a renglón seguido las estadísticas de presos en prisiones provinciales por provincias: ¡Lérida estaba a la cabeza por mil habitantes!.
Pero ahí siguen coleando, como subyace en el escrito de la Sra. Lowell, el tópico típico. La fiesta, al parecer, se asocia con el analfabetismo y la delincuencia, cuando -como muy oportunamente defiende la Pardo Bazán, y hoy puede hacerlo cualquier forense o criminólogo- precisamente la delincuencia se asocia muy notablemente con el alcoholismo; sí, ese que combatía (con bastantes pocos resultados) la Sra. Lowell (todo hay que decirlo).
Fijarse, sin conocerlo en profundidad, sin haberlo analizado en detalle, en un espectáculo público como causa de todos los males de la sociedad es sencillamente estúpido. Además, basta con repasar las últimas (o las anteriores, o las precedentes, si quieren) estadísticas cuatrianuales que edita el Ministerio de Cultura de los hábitos culturales de los españoles, para comprender y ver perfectamente reflejadas en ellas, que el subgrupo de los aficionados a los toros, compran y leen más libros que la media de la población española, asisten a más conciertos, van más al teatro y al cine que la media, acuden a la ópera con más asiduidad que el conjunto de la población, y visitan más muesos y exposiciones que la media… ¡Vaya conjunto de analfabetos, ¿verdad?!.
Pero los antitaurinos, sin embargo, se permiten incidir, una y otra vez, en el tema de la moralidad y la creación de una conciencia moral. Habría que preguntarse si el apoyo que muchos de sus individuos profesan al aborto, por ejemplo, o a tantas prácticas sexuales promiscuas, o al respeto de la propiedad privada o a tantas otras cosas, tiene mucho de moral… para cada cual. Entre otras cosas porque, como dice Savater, las lecciones de moral siempre son complicadas, porque la moral es algo muy personal, es en realidad libre y forma la personalidad individual de cada uno, e imponer otra distinta a una persona es un ejercicio de autoritarismo o totalitarismo inaceptable. Ese sentimiento de superioridad moral de los antitaurinos de todos los tiempos sólo nos lleva a pensar en un gravísimo y profundo complejo de inferioridad o a la falta absoluta de raciocinio, autocrítica o filantropía.
La revista barcelonesa La Ilustración artística del 22 de junio de 1896
Precisamente, la falsa idea de «tortura» (termino en realidad es sólo aplicable a humanos -por el enorme componente psicológico que conlleva- y no a animales por no ser seres conscientes de ella) que supuestamente practican los aficionados sobre los toros (a través de los ejecutores, los diestros), es la gran falacia que planea siempre sobre el espectáculo. Y sin embargo, la Condesa de Pardo Bazán, desmiente todo ello en dos brillantes pinceladas. Por una parte porque resalta que en la tauromaquia se valoran otros componentes, y así los aficionados acuden a la fiesta a aplaudir y jalear principalmente «la delicadeza, la habilidad, el arte, la agilidad y la gracia, unidas a la serenidad que puede conjurar y dominar el peligro». Y, ojo, eso es un ejemplo de su capacidad para observar las cosas, cómo van evolucionando y en qué han de parar, en suma, por la modernidad del concepto en aquellos tiempos…
Y no quedan ahí sus sensibles y convincentes apreciaciones, porque defiende, con enorme naturalidad y relevante sentido de la realidad que es el propio aficionado, el espectador en las corridas de toros, el primero que critica la crueldad, la barbarie, la brutalidad con que algunos malos lidiadores realizan su labor: «el público español en ningún espectáculo es más intransigente con la barbarie que en la plaza de toros… en el tormento de los caballos, protesta indignado si después de gravemente heridos, por aprovecharlos se les quiere volver á hacer entrar en lidia. Las picas profundas y que despedazan al toro, los pinchazos inútiles, exasperan violentamente á la multitud».
Y aún más, destaca la brillante puesta en escena de la corrida de Beneficencia de aquel lejano 1896. Quizá como la última que pudimos contemplar en Madrid este mismo año 2016, 120 años después. Corrida de Beneficencia que es un ejercicio y escaparate del lujo social. Un espectáculo en contra -otra vez más-, de otro de los tópicos archimanidos de los detractores, la casposidad del festejo; un espectáculo, dicen éstos, para «paletos» y pueblerinos (como los que Podemos dice votan a la derecha en España), y sin embargo realzado por innumerables personalidades del mundo de la política, de la intelectualidad, de profesionales liberales, de los aficionados en general (con sus hábitos culturales más acendrados que el común del pueblo español) y con la presencia del rey emérito (o en otras ocasiones de distintas personas de la misma casa real española). Comparemos el lujo, el gusto, la vistosidad del espectáculo de 1896 con el que 120 años después ha vuelto a producirse con tan brillante resultado artístico. Todo ello refleja el mismo brillo, espectáculo atemporal frente a sobados tópicos arcaicos. Y todo ello sin necesidad de retrotraernos hasta el siglo XVI en que ya viajeros extranjeros cantaban el lujo, la grandiosidad, el inigualable esplendor de estos festejos de toros que daban en ser llamados «reales» por la presencia asidua de la monarquía.
Nadie mejor, venida desde la periferia galaica, para hacernos recapacitar, una vez más, sobre algo tan culturalmente intrínseco al carácter español (quizá ahí esté el problema…) que una de nuestras más ilustres mujeres: doña Emilia Pardo Bazán.
SOBRE LA FIESTA NACIONAL
(La Ilustración Artística, Barcelona, 22-6-1896)
«Hace días recibí de los Estados Unidos – de donde han solido enviarme cosas más halagüeñas – unos artículos que me dolieron lo mismo que si encerrasen alguna personal injuria. La injuriada, en los tales artículos, era España, y el pretexto para injuriarla, las corridas de toros.
Uno de los artículos viene firmado con un nombre de mujer, Mary F. Lowell, señora que, según del mismo impreso se deduce, forma parte de la Liga ó Sociedad universal de templanza de las mujeres cristianas. El artículo se titula nada menos que La bárbara y cruel España, ó La enseñanza de la juventud española explica al verdugo Weyler: y entre muchas y muy indignadas declamaciones contra la fiesta nacional, la señora Lowell intercala un párrafo donde dice que si bien los españoles son casi todos analfabetos, ó sea huérfanos de literatura, aún queda por aquí sicut rari nantes, alguna gente sabia é ilustrada – literatos, artistas, políticos – que se avergüenza de la presente situación; á éstos se dirige la autora. Supongo, ya que me envía el artículo, que me cuenta en el número de las personas que por lo menos saben leer y escribir, y temo que desmereceré en el concepto de la señora Lowell si, por ejemplo, describo sencillamente la corrida de Beneficencia…
No hay cosa tan enfadosa, en el terreno de la polémica, como discutir lo ya cien veces discutido, repitiendo argumentos que rodaron por todas las mesas de café, siquiera sea en respuesta á otros que están en igual caso. La tesis de la señora Lowell es tan vieja, vulgar y manida, como lo sería el artículo donde yo rebatiese á esta señora sacando á relucir y calificando como se merecen ciertas atroces costumbres de su patria (las innobles peleas de hombres con perros de presa ó de hombres con hombres, á puñetazos), ó recordando á la miembro de la Sociedad de templanza que aquí no necesitamos tales Sociedades, porque el vicio brutal de la embriaguez no domina á nuestra sobria raza. Ya que la señora Lowell lleva la cuenta de los que en España no saben leer, que lleve la de los aguados, y le mandaremos uno para enseñarlo allá por dinero. Quizás en aquellas tierras resulte un fenómeno tan estupendo como Rama-Sama ó el gigante aragonés.
Aunque le parezca mentira á la señora Lowell, el no saber leer ni escribir no pone ni quita á la barbarie en las clases populares. El cerebro se desarrolla –quién lo duda – con la lectura, pero es con la lectura como estudio y fuente de conocimiento, no como ejercicio material análogo á la máquina de contar de los chinos, Y en cambio, el alcohol ejerce siempre acción tan depresiva sobre el órgano del pensamiento é influye tan desastrosamente en la herencia intelectual, que los pueblos bebedores de agua tienen un 100 por 100 de probabilidades más de producir individuos superiores, disminuyendo á la vez el número de los locos y la criminalidad.
* * *
Nada más cómodo, en verdad, que filosofías históricas del género de la que gasta la señora Lowell, Juzgar á una gran nación, en conjunto y sin examen, por alguna de sus costumbres, tradiciones ó fiestas favoritas, es un método de sencillez primigenia, y un descanso para el meollo, que nunca estimaremos lo bastante. En la bonita zarzuela Pan y toros oye un viajante francés hablar de los rubios del bicho, y apunta en su cartera: «Todos los bichos ser rubios, y ser grandes como vacas.» Algo no menos cómico que la apuntación del francés es la aseveración de la señora Lowell de que, por las corridas de toros, nuestro pueblo se aficiona cada día más al asesinato.
Créame la señora Lowell, que habla de los toros como podría yo hablar del trato que se da en Norte América á los indios Sioux (acerca de los cuales he oído que son exterminados sin piedad): yo he asistido á bastantes corridas de toros, y ni á la entrada, ni durante la función, ni á la salida, he visto, no digo asesinatos, ni un mal navajazo siquiera. Broncas y culebras en los tendidos sí las hay, pero eso es la sal en el agua: duran un minuto y paran en risa – y ya casi ni eso va habiendo-. ¿Sabe la señora Lowell dónde con más frecuencia se cometen crímenes en España? A la salida de las tabernas; porque como jamás toda una nación practica determinada virtud, también aquí se conocen devotos de ese dios Baco, contra quien la señora Lowell ha creído necesario formar una Liga universal de mujeres cristianas. Por algo decimos que sobrevino una pendencia.
En esto pensaba yo al contemplar el animadísimo espectáculo que presentaba la plaza de Madrid el día de la corrida de Beneficencia, con tanto afán esperada y con tanto alborozo acogida por el público, deseoso de aplaudir á Rafael II, el torero de las filigranas y de las monerías. Vea la señora Lowell como ni es tan fiero el león, ni el espectáculo taurino tan bárbaro.
Si en esas luchas á mojicones y morrás que se gastan por la tierra de la señora Lowell, lo que aprecia el respetable senado es el rejo, el hercúleo vigor necesario para descuadernar una mandíbula ó abollar un cráneo de un golpe, en nuestros toros lo que se aplaude y jalea principalmente es la delicadeza, la habilidad, el arte, la agilidad y la gracia, unidas á la serenidad que puede conjurar y dominar el peligro.
En las riñas á puñetazos, el espectador grita ¡Hurrah! cuando el hombre le salta un ojo al hombre; en los toros se aclama al torero con mayor entusiasmo cuando, arriesgando la propia vida, salva la ajena – muchas veces la del afortunado rival, quizás la del enemigo-. En esos momentos la fiesta nacional adquiere un carácter que no vacilo en calificar de noble é hidalgo. ¿Qué es ver á un hombre caído, inerme, á la fiera lanzándose contra él, despidiendo ardiente resoplido, bajando el testuz para embestir, y á otro hombre, vestido de seda y hecho un ascua de oro, tranquilo, sonriente, manejando con desembarazo la airosa capa, y de un solo jugueteo de ese trapo bonito, de ese débil escudo de tela, desviando al terrible animal, y salvando una existencia? ¿Pues qué, cuando para conseguir el mismo fin, para proteger al compañero que yace allí á merced del bruto irritado, el torero se agarra con ambas manos á la cola del toro, y le sujeta y clava al suelo, mientras el derribado se levanta y huye? Revuélvese la fiera mugiendo, queriendo desasirse; pero las vigorosas tenazas que lo sujetan no sueltan la presa, aunque ya el burlador busca la manera de salir, ligero y triunfante, dejando atónito al animal. El día de la corrida de Beneficencia, alguien recordó, en el palco que yo ocupaba, una proeza de Guerrita. Tuvo este diestro el refinado capricho de torear vestido de blanco, y el aristocrático empeño, que casi puede llamarse femenil, de sacar el traje sin una salpicadura de sangre, sin una mancha. Bien se comprende cuánta serenidad, qué valor frío supone tal cuidado, tal preocupación de coquetería y de limpieza, cuando el toro amenaza la vida y hay que evitar la horrenda caricia de sus agudos cuernos. Pues bien: Guerrita se vio aquel día en el caso de colear á un toro para impedir que fuese recogido y destrozado un picador. Y el traje, la rica chaquetilla blanca abrumada de pasamanos de plata, el fino calzón, la faja de seda, la pechera, todo salió cual la nieve, igual que al entrar el diestro en el redondel. No sé cómo le haría yo comprender á la señora Lowell que esto me parece, en vez de barbarie, helenismo.
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Repito que el público español en ningún espectáculo es más intransigente con la barbarie que en la plaza de toros. Lejos de complacerse, como afecta creer la señora Lowell (la que trata de verdugos á nuestros generales), en el tormento de los caballos, protesta indignado si después de gravemente heridos, por aprovecharlos se les quiere volver á hacer entrar en lidia. Las picas profundas y que despedazan al toro, los pinchazos inútiles, exasperan violentamente á la multitud. Si admite todos los elementos dramáticos indispensables para la función, no quiere ver ninguna crueldad inútil, ninguna mortificación que no sea estrictamente impuesta por la naturaleza de la lidia.
Esto lo he observado mil veces. Los toreros que se arriesgan á tontas y á locas, creyendo sustituir la destreza con el valor ciego y temerario, reciben mil muestras de desagrado, insultos mezclados con advertencias.
Una de las condiciones en que el diestro Guerrita ha basado su celebridad, es la de poseer suficiente maestría para ejecutar todas las suertes del toreo, acompañadas de muchos adornos y perfiles delicadísimos, infundiendo en el ánimo del espectador la convicción de que no será cogido, de que burlará á la fiera. La alegría que infunde la presencia del maestro, á eso se debe en gran parte. Admiramos su destreza y no tememos un trágico episodio. Le vemos retozar con el toro, halagarle el morro con la mano, echarle puñados de arena, deslumbrarle con su hábil quiebro, arrodillarse y esperarle impávido, parearle con las de á cuarta…, y estamos tranquilos, porque creemos que no peligra una vida humana. Si fuésemos esos bárbaros sedientos de sangre, esa turba del pollice verso que pintan los amigos de nuestros enemigos de Cuba, estaríamos anhelando heridas y muertes, agonías y horrores… Aunque parezca paradoja, diré que aquí la gente sedienta de sangre son los adversarios de las corridas de toros (que no todos están en la América del Norte, pues en España hay infinitos). Estos creen que sí cuantos toreros existen fuesen corneados de firme en un día, se acababa la fiesta… En efecto, el arbitrio parece seguro.
* * *
Magnífico golpe de vista el de la plaza el día de la corrida de Beneficencia. No cabía, como suele decirse, ni un alfiler. En las localidades de sol, los millares de abanicos redondos imitaban bandadas de gigantescas mariposas cautivas, que aletean por recobrar la libertad. Un palco, en pleno sol, protegido por un toldo, lucía tres soberbios mantones de Manila fastuosamente colgados de la baranda, el uno verde pálido con extravagante flora roja, el otro negro recamado de blanquísimos floripones, el otro blanco, con rosas de su color y grandes pajarracos verdes y azules; y estos espléndidos trapos de Oriente eran como el pregón de las buenas mozas que adornaban la delantera, peinadas de moño alto, cargada la cabeza de aromosos claveles, con todo el trapío y la bizarría de las chulas madrileñas. Aquel palco tentaba la paleta de un colorista. En la zona de sombra abundaba el género fino, lo más encopetado del señorío de la corte, las damiselas de mantilla blanca ó negra con peinetas y grupos de flor natural, los sombreros enormes y atrevidos, aureolados de nubes de tul, que es la gran moda de este año. A la barrera no se atrevieron á ir las aficionadas, aun cuando se anunció que irían.
La luz y el color, el ruido y la animación mágica de este espectáculo, que Teófilo Gautier calificó de uno de los más bellos que puede imaginarse el hombre, son realmente más para vistos que para descritos.
Uno de sus grandes atractivos, para mí, es que pase al aire libre. El teatro actual, cautivo en recintos cerrados (no lo entendían así los griegos), me agobia por lo impuro y viciado del ambiente. El sol, la brisa viva y juguetona, el ligero zumbar de los tendidos, el azul del cielo, tanto colorín, tan inmenso concurso, hacen de la fiesta de toros algo que no se parece á ninguna otra fiesta.
No fue esta corrida de Beneficencia, con todo su aparato, de las mejores: la inferioridad del ganado deslució á Rafael, y si el panorama de la plaza era soberbio, la lidia transcurrió lánguida y sin brío. Es imposible pronosticar, aun conociendo la procedencia de los toros y las condiciones de los lidiadores, lo que será una corrida. El azúcar y las claras, en punto, y el merengue, malo, se pudo decir en la de Beneficencia. Otra sorpresa: un diestro sin aureola, que no sé sí por modestia lleva con diminutivo un nombre ilustre en los anales de la tauromaquia, fue el que cosechó palmas y laureles. Hablo de Lagartijillo, cuyas dos estocadas fueron las de la tarde. Al oírse aclamar, el torero bajó la cabeza, serio y confuso, y dio la vuelta á la barrera, más bien triste que regocijado.»
EMILIA PARDO BAZÁN
Lagartijillo
Pd.: El cartel de esa corrida de Beneficencia estuvo compuesto por nueve toros; tres de la Viuda de D. Carlos López Navarro; otros tres de de la Viuda de Concha y Sierra y tres más del Sr. Marqués de los Castellones; estoqueados por Rafael Guerra, Guerrita; Antonio Moreno, Lagartijillo y Nicanor Villa, Villita. La plaza registró un lleno de no hay billetes y la tarde fue muy buena.
Don Salvador Arias Nieto, El Diario Montañés, 1º de septiembre, 2021
Emilia Pardo Bazán y los toros
“La escritora calificó las corridas taurinas de espectáculo de indiscutible hermosura”
«Emilia Pardo Bazán. A Coruña, 1851-Madrid,1921. Novelista, periodista, feminista, ensayista, crítica literaria, poetisa, dramaturga, traductora, editora e introductora del naturalismo en España. Cultivó la crítica literaria, la filosofía, el teatro y la historia. Precursora, aunque contemporánea de la generación del 98, fue una ferviente apologista de las corridas de torosa las que calificó de espectáculo de indiscutible hermosura.
Catedrática de la Universidad Madrid, castiza y taurina, dama bien sobrada de torería, en el mejor de los sentidos, según Claramunt, colaboró con diversas publicaciones periódicas de su época lo que no la impidió realizar una intensa y fructífera vida social. Uno de sus mayores anhelos literarios fue el sillón académico al que aspiró, sin éxito, en varias ocasiones. ‘Los Pazos de Ulloa’, ‘Insolación’, ‘La Tribuna’ y ‘La Madre Naturaleza’ fueron las más importantes novelas publicadas por esta escritora, quien, en 1896, escribió sobre la fiesta de los toros: «La luz, el color, el ruido, la animación mágica de este espectáculo, que Teófilo Gautier calificó de uno de los más bellos que puede imaginarse el hombre, son realmente más para ser vistos que para ser descritos». También, ponderaba a los espadas: «Su temeridad serena, su desprecio del peligro y la armonía y unidad del combate entre toro y torero».
En cierta ocasión vio colear a un toro a Rafael Guerra Guerrita y dijo: «Colear un toro bravo, vestido de blanco y plata, no es barbarie, sino aticismo». Sobre la tauromaquia y Emilia Pardo Bazán existe un interés ante estudio de la profesora Araceli Herrero Figueroa, publicado por la Universidad de Santiago de Compostela. En él se revela que la escritora tuvo opiniones cambiantes sobre el toreo. Por una parte, aseguró: «Personalmente, diré que, en mi juventud, y sin que me haya hecho pizca de gracia la suerte de varas, me gustó el buen toreo entonces representado por Frascuelo y Lagartijo».
Tampoco dejó de criticar los toros de la época, aduciendo una serie de razones: debido a temas como la excesiva atención que dedicaba la prensa diaria a la tauromaquia, la divinización de los toreros, a los que se consideraba fenómenos, colosos, pasmos o monstruos; el fervor popular por las corridas, que obligaba a trasladar las horas de las festividades religiosas; la inconsciencia del pueblo en el gasto excesivo en las corridas y el embrutecimiento de un público ineducado, insensibilizado y grosero. De igual manera, mantuvo encendidas polémicas con aquellos que la intentaban denigrar. Según ella, en ningún espectáculo el público español es más intransigente que en las corridas de toros. En el tormento de los caballos protesta indignado y si después de gravemente heridos, por aprovecharlos, se les quiere volver a hacer entrar en la lidia, se organiza una bronca monumental. Las picas profundas, los pinchazos inútiles, exasperan a la multitud.
Si se admiten todos los elementos dramáticos, indispensables para la función, no quieren ver ninguna crueldad inútil, ninguna mortificación que no sea estrictamente impuesta por la naturaleza de la lidia. Los toreros que se arriesgan a tontas y a locas, creyendo sustituir la destreza con el valor ciego y temerario, reciben mil muestras de desagrado, insultos mezclados con advertencias. La gente sedienta de sangre son precisamente los adversarios de las corridas pues creen que, si cuantos toreros existen fuesen corneados de firme en un día, se acabaría la fiesta.
Decidida partidaria del toreo de Rafael Guerra Bejarano ‘El Guerra’, de quien apreciaba su temeridad serena, su desprecio del peligro y la armonía y unidad del combate entre toro y torero, destacando también la forma de como el segundo califa cordobés se movía en el ruedo. Es conocida una anécdota que tuvo como protagonista al mencionado torero cordobés y que ella presenció en la corrida de beneficencia de 1896. Tuvo este diestro el refinado capricho de torear vestido de blanco, y el aristocrático empeño, que casi puede llamarse femenil, de sacar el traje sin una salpicadura de sangre, sin una mancha. Bien se comprende cuánta serenidad, qué valor frío supone tal cuidado, tal preocupación de coquetería y de limpieza, cuando el toro amenaza la vida y hay que evitar la horrenda caricia de sus agudos cuernos. Pues bien, Guerrita se vio aquel día en el caso de colear a un toro para impedir que fuese recogido y destrozado un picador. Y el traje, la rica chaquetilla blanca abrumada de pasamanos de plata, el fino calzón, la faja de seda, la pechera, todo salió cual la nieve, igual que al entrar el diestro en el redondel.«
Artículo-reseña sobre Toreros de hierro, de nuestro asociado Antonio Fernández Casado
Semanas antes de fallecer nuestro asociado número 2, salía a la calle una edición ampliada de su ya clásico libro sobre diestros vascos, aparecido en 1992. El mismo día de tenerse noticia de su fallecimiento, se publicaba en la revista gala Toros un artículo-reseña sobre la obra, a cargo de Miguel Darrieumerlou. Sirva de pequeño homenaje a Antonio y para difusión de su última obra.
http://Document_2021-07-06_124747.pdf
Conociendo bibliotecas señeras
Estimados/as asociados/as:
En el espíritu de todo bibliófilo debe de estar el conocimiento de las grandes bibliotecas del pasado centradas en la materia de su búsqueda y afán. En nuestro caso, la historia de la tauromaquia.
Ello sirve para tener noticia de las piezas más significativas por su contenido capital, como las ediciones antiguas de la Tauromaquia de Pepe-hillo, pues difieren entre sí, caso de la príncipe, la gaditana de 1796, de la tenida por segunda de Madrid, 1804, con sus treinta grabados cuando ésta no es tal sino edición distinta en realidad. O por ilustrarse la evolución del toreo en las suertes representadas en las distintas tauromaquias gráficas que se sucedieron. O por existir tratados de gineta de los siglos áureos que nos explican cómo era el toreo caballeresco a la lanzada o al rejón… toreo precedente del toreo a pie con el que en realidad convivía, por los ayudadores o amparadores que iban con su caballero y señor…
Una de las bibliotecas más notables por la calidad y cantidad de sus piezas relevantes fue sin duda la don José Luis Ibarra López de la Calle, origen del imprescindible repertorio de Díaz Arquer (1931). En 2019 apareció un artículo sobre ella en la revista navarra Príncipe de Viana pues ese fondo fue a parar en donación a la Diputación Foral de Navarra en 1947, por deseo de su viuda. Artículo detallado es el texto de Juan Francisco Elizari Huarte y Fernando Cirauqui Ainzúa, que adjuntamos para conocimiento de nuestros asociados pues a buen seguro que será de vuestro interés. Lo recuperamos de la web de Príncipe de Viana donde se halla colgado para darle renovada difusión en aras del estudio de la bibliofilia taurómaca que nos mueve.
http://www.culturanavarra.es/uploads/files/PV275_04.pdf
Ilustración y barbarie
Alejandro del Río,
Doctor en Filosofía
Nuestro asociado Alejandro del Río hace una reflexión en voz alta sobre el toreo y su afición popular como ejercicio de libertad desde la razón, instalada en Occidente por el racionalismo Ilustrado moderno. Por ello, en el momento presente, es «moderna» en puridad la tauromaquia, al ser muestra de libertad individual que se hace colectiva en la plaza. Lo atávico, lo arcaico, nos expone, es la sinrazón, en nuestro caso el fanatismo antitaurómaco obtuso, que aporta oscuridad frente a la luz de la faena, donde brilla la inteligencia.
https://institutojuanbelmonte.com/ilustracion-y-barbarie/
Juan Corrales Mateos, crítico y tratadista taurino
Francisco Javier Orgambides
Nuestro asociado Orgambides, muy activo en dar difusión a la aparición de nuestras ediciones en medios andaluces de prensa escrita, ha publicado con fecha de domingo 21 de febrero de 2021 en El Diario de Cádiz una aproximación al interesante autor Juan Corrales Mateos, crítico taurino y autor taurómaco de mitad del siglo XIX y ejerciente en La Habana durante años. Hace una semblanza de interés digna de integrarse en nuestra web
BIBLIOGRAFÍA SOBRE GALLITO
Nuestro socio Francisco Orgambides nos remite el artículo que El Diario de Cádiz ha publicado ayer, 19/III/2020, con la recensión de nuestra última edición de libro taurino, BIBLIOGRAFÍA SOBRE JOSÉ GÓMEZ ORTEGA. JOSELITO. Nuestra UNIÓN DE BIBLIÓFILOS TAURINOS tiene en «cocina» otros dos libros sobre «GALLITO III, JOSELITO», para conmemorar el centenario de la muerte del gran coloso de Gelves en este 2020.
La obra es una nueva aportación de nuestro presidente de la UBT, RAFAEL CABRERA BONET, y en ella se detallan hasta 273 datas de títulos editados a lo largo de los últimos 110 años sobre JOSÉ GÓMEZ ORTEGA, refutándose con ella la creencia de que no se había escrito demasiado sobre el gran «JOSELITO».
RECUERDOS EN MI ARCHIVO FOTOGRÁFICO
Alternativa de Pepe Luis Martín en Málaga, 15/VIII/89, con toros de Diego Puerta, otorgada por «Curro» Romero en presencia de Rafael «de Paula». Los tres matadores cortaron oreja. Excelso los quites al 2º toro de «Curro», sobre todo del capote del del barrio de Santiago.
«Curro» con arte
«Curro» ofrece el capote de frente
«Curro» carga la suerte templando
«Curro» con gracia
«Curro», la bella entrega
«Paula», el capote
«Paula» y su media
«Paula», sin más
«Paula», acaricia con su capote
«Paula», cadencia y gracia
«Curro Vázquez» torea muy bien en Alcalá de Henares, 1º de septiembre del 89
«Curro Vázquez» cargando la suerte
«Curro Vázquez y su típica trinchera, mandando
Otra de «Curro Vázquez» por abajo
José María «Manzanares» en Málaga, 17/VIII/89
«Manzanares», suavidad
«Manzanares» en Alcalá de Henares en el 90
«Manzanares» y su chicuelina
«Manzanares», ritmo y mando
José María Moreno Bermejo, 1/III/2020
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Algunas colecciones de libros taurinos
Por D. José Mª Sotomayor Espejo de Saavedra
Una colección, dice el diccionario de la R.A.E., es un conjunto de cosas, por lo común de la misma clase. Una colección de libros taurinos será por tanto un conjunto de los que tratan de tauromaquia. Habría que hacer una matización. Lo serán además, al menos para este trabajo, aquellos que estén agrupados bajo el nombre de esa colección. Y no sería un mal comienzo empezar por la primera colección conocida aunque se impone acotar que solo hablaré de aquellas que tuvieron una cierta entidad en cuanto al número volúmenes incluidos en ellas. Y que dejaré al margen las publicaciones periódicas, incluyendo en estas, anuarios, agendas, guías y otras series parecidas. Hago excepción de algunas revistas en formato de libro por entender que tienen más de éste que de aquellas excepto en lo relativo a la periodicidad.
Dos motivos han condicionado mi deseo de reunir en estas notas unas cuantas colecciones de libros taurinos. El primero fue una reflexión, quizás una propuesta de futuro, que leí en un trabajo de la Profesora María Verónica de Haro San Mateo, circunscrito éste al periodismo taurino pero que podía extrapolarse a la bibliografía taurina. Decía la autora: <<La Tauromaquia en tanto Arte ha conseguido desarrollarse gracias a la interacción de sus protagonistas: el torero, el toro y el público. Pero no podemos olvidarnos del cuarto protagonista – los medios de comunicación – puesto que en ellos se encierra gran parte de la memoria colectiva alcanzable para quienes desde la actualidad quieren bucear en el pasado de la fiesta y también porque ellos influyen de tal manera en los públicos (y son influidos por estos) y lógicamente en los toreros y en el toro (es decir, en los ganaderos) que, sin su concurso, no podríamos entender la evolución permanente de la fiesta[1]>>. Y lamenta que sean escasas las investigaciones en esta especialidad del periodismo. Pensé en aquel momento, dada mi mayor relación con los libros, que a pesar de las bibliografías existentes, publicadas o no, tampoco existía, y este es mi lamento paralelo al de la profesora, una recopilación exhaustiva de la bibliografía de la fiesta, ni bibliografías enfocadas a determinados aspectos de la misma como podrían ser las monográficas alrededor de: ganaderías, el toro, algunos espadas que han sido protagonistas de muchos trabajos, plazas o agrupaciones más amplias. Por solo citar una, en la que he tenido que trabajar hace algún tiempo, la bibliografía relativa a leyes, reglamentación, normas o jurisprudencia taurina. Y no olvidemos que en los libros también se incluyen los estudios periodísticos, es decir, también influyen y ayudan a conocer la historia de todos los protagonistas, incluidos los que vienen escribiéndola en periódicos, revistas o libros. Es decir el conjunto de aquella memoria colectiva que citaba María Verónica de Haro San Mateo.
El segundo motivo es tener la oportunidad de escribir de la última colección de libros taurinos que, atendiendo a los parámetros y excepciones que he anotado más arriba, apareció en España y continúa afortunadamente su trayectoria: la colección Muletazos de la editorial barcelonesa Bellatera.
Del examen de los varios repertorios de publicaciones taurinas y del repaso de los catálogos de dos bibliotecas privadas a las que tengo acceso, la Biblioteca Carriquiri y la Biblioteca Sotomayor-Muro, deduzco que las primeras colecciones de libros taurinos, bajo las condiciones que he impuesto, aparecieron al comienzo del siglo XX, poco antes de la llamada Edad de Oro del Toreo. Entre aquellas y Muletazos media más de un siglo. Es una larga historia.
Colección Biblioteca Sol y Sombra
Una de las primeras colecciones que perduró en el tiempo fue la Biblioteca Sol y Sombra. En el número 518 de la revista de igual nombre, correspondiente al 7 de junio de 1906, aparece la primera noticia de la recién nacida colección. Editada por Ginés Carrión, el anuncio decía: <<Hemos puesto a la venta el primer volumen de esta biblioteca, titulado: Manuel García (el Espartero). Folleto en 8º, esmeradamente impreso en papel satinado y cubierta a dos tintas, con un magnífico retrato de el Espartero. De venta en las principales librerías…>> Y ya anuncia que, en breve, aparecerá el segundo volumen con el título: Rafael Guerra (Guerrita). En la introducción del volumen VI, dedicado a Rafael González Machaquito puede leerse: <<No somos propicios a exhibiciones de ningún género; por eso hasta ahora y en lo sucesivo, de acuerdo siempre con el inteligente editor de esta biblioteca, nuestro particular y entrañable amigo D. Ginés Carrión, omitimos en las portadas de los folletos el nombre del autor; pero como alguien ha de responder de los juicios emitidos en ellos y no queremos que personas ajenas a la empresa carguen con responsabilidades que no le competen, rompemos, por esta vez, el incognito, prometiendo solemnemente no reincidir, a menos que circunstancias apremiantes aconsejaran lo contrario>>. Firma esta introducción Luis Falcato Don Hermógenes pero fiel al compromiso su nombre no aparece en la portada. De las obras que sí están firmadas el autor es Juan Guillén Sotelo El Bachiller González de Rivera. Esta colección está formada por 19 biografías de toreros, en activo o ya fallecidos. La fecha del último volumen de la colección es 1913[2].
Colección Los Reyes del Toreo
Coincidiendo, en parte del tiempo, con la colección Biblioteca Sol y Sombra, en Barcelona, apareció otra bajo la denominación Los Reyes del Toreo. Fue su editora B. Bauzá. Todos sus ejemplares fueron biografías, algunas de un conjunto de espadas con algún nexo común y la mayoría pospusieron al nombre del torero un subtitulo en el que se podían leer algunas, o varias, de estas inscripciones: su vida, sus hechos, juicios críticos, anécdotas, datos… Con un formato algo mayor que el de la mencionada al principio y una cubierta ilustrada en color, la redacción de todos los folletos corrió a cargo de Tomás Orts Ramos que los firmó con su seudónimo Uno al Sesgo. Solo uno, el dedicado a Juan Belmonte, lo escribió Alfredo Bestard de la Torre El Tío Mereje.
El primer número, editado en 1911, lo dedicó Uno al sesgo a Rafael Molina y Sánchez Lagartijo. Con alrededor de 24 páginas, en octavo mayor, por este orden aparecieron después las biografías de Rafael Gómez Ortega Gallito, Vicente Pastor, Rafael González Madrid Machaquito, Los tres Pepetes, Antonio Fuentes Zurita, Ricardo Torres Reina Bombita, Manuel García Espartero, Rodolfo Gaona[3], Salvador Sánchez Frascuelo, Cástor Ibarra Jaureguigoitia Cocherito, Rafael Guerra Guerrita, Manuel Mejía Bienvenida[4], Luis Mazzantini, Manuel Rodríguez Manolete, José García Algabeño, Antonio Boto Regaterín y Pedro López y Carlos Lombardini, estos dos últimos en un solo número. En el que podría ser el número 19 de la colección, ésta no lleva numeración[5], se editó una de estas biografías dedicadas a varios espadas con un largo título: Las víctimas de los miuras: origen de esta ganadería y muerte de los diestros Pepete, Llurio (sic), Espartero, Dominguín y Posadas. Volviendo a las biografías individuales, después vio la luz la de Fernando el Gallo pero el siguiente folleto lo dedico Uno al Sesgo a los Frabrilos. El protagonista de la siguiente fue Antonio Jiménez Reverte y la última que he podido tener en mis manos es la correspondiente a Enrique Vargas Minuto.
En una segunda época se reeditaron algunos de los títulos mencionados y en una nueva serie, sin que pueda precisar el número de las biografías que aparecieron, se incorporaron estas otras: José Gómez Gallito[6], Curro Posadas, la citada de Juan Belmonte, obra de El Tío Mereje, Martín Vázquez, Alfonso Cela Celita, Paco Madrid y la de los Hermanos Luis y Miguel Freg. La colección debió finalizar en 1914 pero el hecho de no estar fechadas las ediciones abre algunas interrogantes. Otros catálogos consultados si simplemente se limitan a poner en la ficha el consabido s.a.
Colección Los Ases del Toreo
Esta es una de las varias colecciones de la primera mitad del siglo XX que tiene en común con otras el hecho de que sus títulos son biografías de espadas y, lamentablemente, también de carecer de fecha de edición. Además en las fichas consultadas, también las de la Biblioteca Nacional de España, aparecen no menos de seis editoriales a lo largo de su vida, todas ellas de Barcelona. Son estas: Gas Hnos. & Mercader, Granada, La Fiesta Brava, Lux, Alfa, Bibliófilo y otra editorial desconocida que los imprimió en C. N. Gisbert. Todos los títulos los escribieron Tomás Orts Ramos Uno al Sesgo y Edmundo Orts Climent, hijo del anterior y que firmó en otras publicaciones con los seudónimos de Uno al Sesgo hijo y Medio al Sesgo. Este último publicó cuatro títulos, en 1950, en la citada imprenta de C. N. Gisbert, en la que sería la última etapa de la colección. Una característica más, también de otras, es que en los repertorios de sus obras incluidos en las contracubiertas se puede leer que existen hasta cuatro series.
En diferentes páginas de esta colección, o colecciones con el mismo nombre, anotan los editores cuáles son los objetivos de la misma. En la etapa de Gas Hnos. & Mercader, impresores y editores, bajo el título de la colección apostillan: <<Estudio crítico biográfico de los principales diestros de la actualidad>>. Bajo la batuta de Ediciones Alfa, afirman que son << biografías y estudios críticos de los principales matadores de toros de la actualidad por…>> Y añaden: <<Estas biografías han sido juzgadas por la prensa como los estudios más completos hasta el presente hechos de los toreros a que se refieren. Las múltiples ediciones publicadas proclaman el gran éxito obtenido por su autor, el renombrado escritor taurino UNO AL SESGO>>. Para la editorial La Fiesta Brava << forma la galería biográfica más completa…>>
Creo que no debo extenderme mucho más en la somera descripción de esta colección y solo resta, como en otras, apuntar los títulos de los volúmenes.
En las diferentes contracubiertas que podido ver existen muchos repertorios de los folletos editados. En uno de ellos, el más extenso, se hace referencia a los primeros títulos y a los de la cuarta serie especificando que son de la editorial La fiesta Brava. La tercera serie es de la editorial Lux. Y deduzco que las dos primeras pudieron ser de las editoriales Alfa y Gas Hnos. & Mercader. Así las cosas y siguiendo el orden que dan las propias editoriales, las biografías publicadas en las dos primeras series son las de: Rafael El Gallo, Rodolfo Gaona, Luis Freg, José Gómez Ortega Gallito, Juan Belmonte García, de la que se hicieron al menos tres ediciones, Julián Sáiz Saleri II, Manuel Varé Varelito, Ricardo y Juan Anlló Los Nacionales, Manuel Belmonte, Ignacio Sánchez Mejías, dos ediciones, Manuel Jiménez Chicuelo, de la que se hicieron también tres ediciones, Juan Luis de la Rosa, Antonio Márquez Serrano, Marcial Lalanda, dos ediciones, Diego Mazquiarán Fortuna, Domingo González Dominguín, Manuel Granero Valls, del que se hizo una edición especial después de su muerte, Nicanor Villalta, Martín Agüero y Ereño, Manuel Báez Litri, Cayetano Ordóñez Aguilera Niño de la Palma, Pedro Basauri Pedrucho, Francisco Royo Turón Lagartito, Juan Espinosa Armillita, Joaquín Rodríguez Cagancho, Julio Mendoza y Carlos Sussoni. El periodo en que se publicaron debió transcurrir entre 1920 y una fecha que no puedo determinar. Los últimos matadores incluidos tomaron la alternativa en el año 1927 lo que haría suponer que fue un poco más tarde cuando dejaron de editarse estas series. Pero únicamente es una suposición.
De la tercera serie, publicada por la editorial Lux, también editada en los años anteriores, sin descartar que asumiera en sus repertorios algunos títulos anteriores, he podido rescatar las biografías siguientes: Manuel García López Maera, Victoriano Roger y Serrano Valencia II, Juan Anlló Nacional II, Braulio Lausín Gitanillo, Rosario Olmos, José García Algabeño, Fausto Barajas, Eugenio Ventoldrá Niubó, José Roger Valencia, Serafín Vigiola Torquito, Francisco Peralta Facultades, Emilio Méndez, Miguel Báez Litri, Martín Agüero, Antonio de la Haba Zurito, Juan Silveti, José Paradas y Luis Fuentes Bejarano.
Una cuarta serie, como ya anoté, esta vez propiciada por la editorial La Fiesta Brava y publicada a finales de los años veinte y primeros de los treinta dio a la imprenta al menos estos títulos: Francisco Vega de los Reyes Gitanillo de Triana, Félix Rodríguez Ruiz, Antonio Posada Carnerero, Fermín Espinosa Saucedo Armillita Chico, Vicente Barrera Cambra, Enrique Torres Herrera, Manuel Mejías Jiménez Bienvenida, Jesús Solórzano, José Ortiz Puga y Domingo López Ortega.
Pasados bastantes años, el hijo de Uno al sesgo, como apunté al principio, en la imprenta C. N. Gisbert imprimió los cuatro folletos siguientes que sí están fechados en 1950. Los títulos fueron: José María Martorell, Manolo Carmona, Manolo González y Rafael Llorente.
Muchas interrogantes quedan sin resolver, sobre todo la fecha de las ediciones que se han aproximado teniendo en cuenta, a veces, hasta las que se mencionan en los textos, es decir, suponiendo que el folleto se publicó algún tiempo después de la última corrida o efeméride, con fecha, anotada en el mismo. No he encontrado más biografías de esta colección ni en la Biblioteca Nacional de España y ni en el catálogo de la Biblioteca de Antonio Urquijo de Federico que aparentemente incluye más piezas que otros. Pero soy consciente de que este estudio debería depurarse aun más. Las limitaciones de espacio, y ya también de tiempo, no me lo permiten.
Colecciones Los Triunfadores del Ruedo y Triunfadores del Ruedo
Dos colecciones de corte muy similar a la anterior aparecieron en los años finales de los veinte y en los cuarenta y con nombres que se prestan a cierta confusión. La investigación exhaustiva de estas colecciones excede los límites impuestos para este trabajo pero intentaré, al menos, sentar las pautas para un posible trabajo posterior. La primera se tituló Los Triunfadores del Ruedo y aunque suele aparecer Biblioteca Films como editorial, ésta denominación coincide con una gran colección de novelas cinematográficas que publicó la editorial Alas, con sede en Barcelona, y de la que era propietario Ramón Salas Verdaguer. La segunda colección, Triunfadores del Ruedo (se había suprimido el artículo) fue editada por la mencionada editorial Alas. Por todo ello hay que deducir que fue esta misma editorial la que, en épocas diferentes, editó ambas colecciones[7]. Por otra parte en alguna novela de la editorial Alas, en la cubierta consta: Ediciones Biblioteca Films. Serie especial. Y, más abajo, Editorial Alas. Quizás sea el equivalente a lo que hoy es un sello editorial perteneciente a un grupo editorial.
En cualquier caso, puedo dejar constancia de que bajo la denominación Los triunfadores del Ruedo se publicaron no menos de dieciocho volúmenes con el denominador común de ser todos biografías, quizás solo apuntes biográficos, de matadores de toros. Entre ellos hay que incluir a un rejoneador. Los autores de estas obras, he tenido a mi alcance todos los ejemplares excepto el último, fueron: Antonio Arocena Don Clarines, Antonio Orts Ramos[8], Adolfo Sánchez Carrere, que fue el responsable de diez de los folletos, y J. Sánchez Moreno. Los profesionales protagonistas de los escritos, por orden de parición en la colección fueron: Manuel Báez Litri, Juan Anlló Nacional II, Juan Belmonte García, Pablo Lalanda, Braulio Lausín Gitanillo, Nicanor Villalta, Valencia II, Barajas, Sánchez Mejías, Antonio Cañero, Antonio Márquez, Chicuelo, Marcial Lalanda, Vicente Barrera, Jesús Solórzano Dávalos, Domingo Ortega y Manolo Bienvenida. Salvo el mexicano Solórzano así figuran en un anuncio en volumen 17, aún no había salido el de Manolo Bienvenida, antecediendo a este listado el siguiente texto: <<Biografías documentadas de los diestros de más nombre. Volúmenes a 30 céntimos. En cada libro exíjase la postal firmada por el torero>>[9]. Esta primera serie, concretando un poco más las fechas, se publicó entre los años 1925 y 1931, sin que pueda confirmarlo, como dije antes, por la ausencia de esta información en algunos de los ejemplares.
Más complicado es conocer el número de volúmenes que se publicaron en la serie Triunfadores del Ruedo pues ni en la Biblioteca Nacional de España he podido comprobar el número total de ellos. Hace años conversando con un gran bibliófilo taurino me comentó que deberíamos intercambiarnos listas de los títulos de estas colecciones para, al menos, conocerlos. Espero que estas notas sirvan para este propósito. Volviendo al relato que nos ocupa, la colección también la forman biografías de matadores de toros. No están fechados todos los volúmenes y, como he apuntado, con algunas dudas, creo que se editaron entre 1945 y 1954, aunque ésta, que podríamos considerar nueva época, y así consta en algunos folletos, en la numeración se contradice. En el número 1, consta: Segunda época y año I. Sin embargo en el número 9, figura año XXVIII. Esto podría significar un recuento de años a partir de la salida del primer ejemplar, hacia 1925, de Los Triunfadores del Ruedo. Pero existe otra contradicción y es que el siguiente número, el 10, está marcado con año XXXI, igual que el siguiente, último del que tengo noticia.
El número 1, de 1945, estuvo dedicado a Manolete y tuvo una segunda edición, en 1947 en la que se cambió el título: Su vida y su arte por Su vida, su arte y su muerte. También el número 5 tuvo al cordobés como protagonista: Manolete en América. Y, como el anterior, tuvo una segunda edición en el año de su muerte. A Carlos Arruza también le dedicaron dos folletos. Uno se tituló Carlos Arruza. El otro La guitarra de Arruza. El resto de los matadores que asomaron a la colección, por orden de aparición fueron: Domingo Ortega, Raul Ochoa Rovira, Julio Aparicio, Manolo González, Antonio Borrero Chamaco y Joaquín Bernadó. Los autores de estos folletos fueron: Norma Alas, Burladero, Juan Diego, Antonio Arocena Don Clarines, Domingo de Mayo y Paco Triana.
Colección Grana y Oro
En los años cincuenta del pasado siglo, Benjamín Bentura Sariñena, el primero de los dos Barico para las letras taurinas, fundó y dirigió una colección a la que puso por nombre Grana y Oro. Antepuesto a él figuraba en las cubiertas: Cuadernos Taurinos. El primer volumen vio la luz en 1951. Los cuatro primeros tomos formaron un todo dedicado, como se puede leer en la portada, a la <<historia sintética de las fiestas de toros en España desde sus comienzos hasta nuestros días>>. Uno, se dedicó a los acontecimientos taurinos del siglo XVIII, otro a los del siglo XIX y dos a lo sucedido en la mitad del siglo XX. De la redacción se encargaron, respectivamente, Bruno del Amo, Don Ventura y Don Indalecio. En 1952 apareció el cuaderno número 5 que es una biografía de Rafael Guerra Guerrita y la firmó Bruno del Amo. Al toro le dedicaron el siguiente tomo y lo escribió Alberto Vera López Areva en 1954. Y ese mismo año, con el número 7, José Vega, incluyó en la colección Vida y gloria de Pedro Romero. En el número 8, José Luis de Córdoba dio a la imprenta La Córdoba taurina y “el Califato”. Luis Fernández Salcedo repitió tema al dedicar el siguiente tomo, ya en 1955, a La vida privada del toro. Las ganaderías tuvieron también su hueco y Antonio Martín Maqueda publicó: Ganaderías portuguesas. El último de los títulos que vio la luz, el undécimo, Aguafuerte de los Fabrilos, se debió a la pluma de Emilio Fonet de Asensi. Ésta fue una obra tardía pues llegó en 1957 a las librerías. No tuvo excesiva continuidad la colección pero sin duda dejó huella. Sus autores lo avalan. Tres de los títulos se salieron del formato físico marcado por los primeros editados.
Colección La Tauromaquia. Editorial de Espasa-Calpe
Esta colección está unida a su director Ricardo López de Uralde y Aracama. Fue éste, editor de Espasa-Calpe y su afición a los toros le llevó, primero, a impulsar la continuación de la obra de José María de Cossío, Los toros tratado técnico e histórico. Bajo su tutela se editaron ocho tomos hasta alcanzar el total de los doce volúmenes que conocemos y algunos de los hijos póstumos. Pero, para el propósito de estas notas, lo que interesa es que fue el creador y director de la colección de libros taurinos que más títulos ha dado a la imprenta. Me contó que unas conversaciones con Mariano Zumel, cirujano y prestigioso aficionado, y José Carlos Arévalo y José Antonio del Moral, escritores muy conocidos, y también las sugerencias de Antonio Díaz-Cañabate, fueron la simiente que luego tanto fructificó. Con textos de diversa índole, originales y reediciones, o recopilaciones, inició el paseíllo en 1985 con uno de los títulos más vendidos: Nacido para morir, la gran biografía de Paquirri de la que fueron autores José Carlos Arévalo y José Antonio del Moral[10]. Adelantándome a otras consideraciones anoto que dos personas más fueron fundamentales en el devenir de la colección: Manuel Durán Blázquez y Juan Miguel Sánchez Vigil encargados de la ilustración de todos los volúmenes. Son personas de referencia en la historia de la fotografía taurina. Ellos mismos dieron a la imprenta, ya lo veremos, una obra antológica sobre este tema. Es ineludible la referencia a la solapa de la cubierta de este primer volumen en la que puede leerse: <<Responde [la colección], por un lado, al reto tradicional y conscientemente asumido por Espasa-Calpe de atención a la fiesta de los toros en toda su magia peculiar y en sus amplios y ricos ecos a través de nuestra cultura. Por otro, a lo que parecía el deber de llenar la ausencia de una colección de nuestro ámbito editorial, dedicada temáticamente a LA TAUROMAQUIA, con la dignidad que ésta merece. Y, finalmente, quiere responder a la demanda de innumerables autores y lectores que aquí están llamados a darse cita>>.
En el conjunto de títulos abarcaron un abanico muy representativo de temas relacionados con la tauromaquia. Y, antes de entrar en más detalles, quiero destacar que fue empeño de Ricardo López de Uralde que todas las obras que lo necesitaran llevaría un apéndice documental[11]. Algo que se cumplió casi escrupulosamente. Se dedicaron volúmenes a los protagonistas de la fiesta: el torero y el toro. Biografías, algunas auténticas tauromaquias, nos hablaron del ya mencionado Paquirri; de Domingo Ortega al que Antonio Santainés Cirés dedicó el número 3 de la colección bajo el título: Domingo Ortega, ochenta años de vida y toros[12]; Don Antonio, seudónimo de Antonio Abad Ojuel, también en los primeros números, concretamente en el 6, publicó: Estirpe y tauromaquia de Antonio Ordóñez[13]. Esta obra fue finalista del Premio San Patricio 1986. Antonio García-Ramos y Francisco Narbona dieron a la imprenta: Ignacio Sánchez-Mejías, dentro y fuera del ruedo; Marcíal Lalanda y Andrés Amorós revivieron el toreo del primero con la docta pluma del segundo en La tauromaquia de Marcial Lalanda[14], en el número 11 de la colección, cuando esta ya llevaba dos años de vida. Fue finalista del Premio San Patricio 1987. Santiago Araúz de Robles se ocupó del maestro de San Bernardo en Pepe Luis Vázquez, meditaciones de una biografía[15]; De nuevo se asoma a estas líneas Francisco Narbona con Manolete, 50 años de alternativa[16], libro que se presentó Matías Prats en el marco incomparable del Museo Taurino de Córdoba; en un mano a mano, el pintor francés Jean Ducasse y José Antonio del Moral dieron a la imprenta: Ojeda, el último revolucionario. Juan Posada, habitual en esta colección, trajo de su mano a la pareja de la edad de oro del toreo en su ensayo biográfico: Belmonte, el sueño de Joselito. Este trabajo fue galardonado con el Premio José María de Cossío 1991. Lo compartió con la obra de Francisco Narbona y Enrique de la Vega citada más adelante. De nuevo, en el número 45 de la serie, cuando la colección llevaba ya siete años circulando, un matador de toros y un escritor y crítico, no solo taurino pues es conocida y reconocida su aportación al teatro, César Rincón y Javier Villán, dieron a la imprenta: César Rincón, de Madrid al cielo, autobiografía con…; Maizflor, seudónimo de la escritora María de la Hiz Flores, se ocupó de una de las dinastías más toreras y respetables de la historia en Bienvenida, dinastía torera. En uno de los últimos números de la colección, el 52, Joaquín Albaicín, nieto del matador de toros dedicó un libro a una raza especial de toreros. Titula la obra: Gitanos en el ruedo, el Indostán en el toreo. Y también al final de la colección, en el número 54, aparecido en 1994, Carlos Abella entregó a la editorial la obra que aparecería con el título de Paco camino, el Mozart del toreo[17]. Y es que el toreo de éste fue una permanente sinfonía.
Dos volúmenes se dicaron al toro. El primero, cuando la colección daba sus primeros pasos, era el número 2, lo escribió Álvaro Domecq y Díez y lo tituló: El toro bravo, teoría y práctica de la bravura. Fue, con el dedicado a Paquirrri, uno de los más solicitados. El segundo, aparecido en 1989 con el número 20, lo escribió el veterinario Ramón Barga Bensusan. Es un libro de referencia para quien quiera conocer al toro. El título es muy significativo: Taurología, la ciencia del toro de lidia.
También hubo ensayo, aunque no todos los títulos que agrupo aquí puedan serlo en la interpretación exacta del concepto. Es el inconveniente de las afiliaciones. Uno de ellos, y no me atengo a ningún orden, Estética y plástica del torero, se debió a la pluma de José Ramón Gómez Nazábal. Esta obra fue galardonada con el Premio Miguel de Unamuno y acreedora de un accésit en el Premio de Ensayo del Gobierno Vasco. El torero y su sombra, de François Zumbiehl, obra en la que el autor deja hablar a Marcial Lalanda, Pepe Luis Vázquez, Luis Miguel Dominguín, Antonio Ordóñez, Jaime Ostos, Paco Camino, Santiago Martín el Viti, Andrés Vázquez y Manuel Benítez el Cordobés. En el número 18, cuando la colección ha recorrido un largo camino, en 1989, Enrique Gil Calvo escribe: Función de toros, una interpretación funcionalista de las corridas de toros. El anterior título fue galardonado con el Premio San Patricio 1989. Antes, Fernando Sánchez Dragó, dio a la imprenta: Volapíe, toros y tauromagia. En él recoge, <<a trancas y barrancas afirma, todo lo que en mi vida – publicado o no – he escrito a propósito del asunto que nos ocupa>>.
Se escribió sobre las plazas, Madrid y Sevilla tuvieron su hueco con dos obras muy completas. A la primera, José Luis Suárez-Guanes, Conde de Pendueles, dedicó su trabajo Madrid, cátedra del toreo (1931-1990)[18]. De la segunda se ocuparon Francisco Narbona y Enrique de la Vega en: La Maestranza… y Sevilla (1670-1992). Incluyó un capítulo titulado Sevilla tuvo que ser, del que es autor José María Sotomayor, y una bibliografía exhaustiva de la que fue autora Amalia Muro. Esta obra fue galardonada con el Premio José María de Cossío 1991, galardón que compartió con la obra de Juan Posada citada anteriormente.
De las regiones españolas y de los toros en otros países también se ocupó el editor de la colección. En 1994, en el número 55, en el que puso fin a la primera etapa de la serie, Juan Carlos Martín Aparicio dio a la imprenta: Salamanca, tierra de toros; Los toros en el Nuevo Mundo (1492-1992), de Francisco López Izquierdo, después de algunos avatares, vio la luz en el número 47; México, diez veces llanto, de Fernando Vinyes, es, para el autor de estas líneas, uno de los mejores libros de toros que se han escrito. Llegó a las librerías en 1991. Es, y vuelve a ser un juicio subjetivo, una obra imprescindible para conocer la riquísima tauromaquia mexicana. Y Alberto Lopera Loperita publicó: Colombia, tierra de toros. Juan Segura Palomares nos habló con pasión y conocimiento de lo que representan los toros en Cataluña. Lo hizo en el número 27 de esta larga serie, en 1990, y lejos de lo que ocurriría veinte años después. Nos entregó para que nos deleitáramos un trabajo que tituló: Desafío al presente, los toros vistos desde Cataluña.
La cultura taurina no podía quedar en el olvido. Y así, se incluyó una antología de la poesía taurina de la que fue recopilador Mariano Roldán. Era la segunda vez que una obra constaba de volúmenes. Aparecieron con el título de Poesía universal del toro: Antología, 2500 a. C. – 1990. El primero se subtituló: De los poetas míticos a los poetas de vanguardia. El segundo: De los poetas de posguerras a los nuevos poetas. Fueron los volúmenes 31 y 32 de esta serie de Espasa-Calpe. Andrés Amorós aportó, primero, Toros y Cultura, todo un referente, aparecido en 1988 en el número 7 de la colección, Y unos años más tarde, en 1990, otro bajo el título Lenguaje taurino y sociedad. Era el número 32 de La Tauromaquia y recibió el II Premio José María de Cossío 1990. Otra de las obras en dos volúmenes fue la ya mencionada Historia de la fotografía taurina. Sus autores Manuel Durán Blázquez y Juan Miguel Sánchez Vigil, que venían aportando con éxito todo su conocimiento para la ilustración de los títulos aparecidos, crearon una obra de obliga referencia. No se puede hablar de fotografía taurina sin el conocimiento de este texto magníficamente ilustrado. Esa es otra de las características de esta colección. La escogida y abundante iconografía que incluyen todos los títulos aparecidos. Estos de la fotografía, números 40 y 41, se editaron en 1991 con los siguientes títulos: De los precursores a la guerra civil y De la posguerra al noventa y dos. Merecieron el Premio San Patricio 1990. Rafael Zaldívar presentó en la editorial un trabajo que fue inmediatamente aceptado y que se publicó bajo el título: El cartel taurino, historia y evolución de un género (1737-1990). Contiene un apéndice: La etiqueta de tema taurino, del que es autor Eduardo Pereiras. El torero, héroe literario, número 12 de la serie, se debió a la pluma de Alberto González. Esta obra había sido galardonada con el Premio san Patricio en 1987. Es un ensayo sobre lo que el autor llama novelas de la torería y su principal protagonista. Y en la colección hicieron un hueco también a la novela y al relato: Juncal, de Jaime de Armiñan, publicada en 1987 con el número 22 y merecedora del I Premio José María de Cossío 1989. Le siguió, ya en 1990, Tres de cuadrilla, que reúne tres obras: Caballo de pica, de Ignacio Aldecoa; Tres de cuadrilla, de Ricardo Vázquez Prada; y Cuentoriles, de Francisco Javier Aguirre. No podía faltar Sangre y arena, de Vicente Blasco Ibáñez, libro número 33 de la colección y que en esta edición vio la luz en 1990. Bajo el título de Torerías se agruparon cuatro obras de Camilo José Cela: El gallego y su cuadrilla, Madrid, Toreo de salón y Otras páginas taurinas.
Hubo espacio para un interesante y documentado Diccionario ilustrado de términos taurinos del que fue recopilador Luis Nieto Manjón. Se publicó con el número 4 en 1987 y tuvo una reedición en formato de tapa dura fuera de la colección. Dos volúmenes recogieron entrevistas a personajes de la fiesta. Uno fue una recopilación: Mi ruedo ibérico, de Vicente Pastor a Curro Romero. Su autor fue el gran periodista Marino Gómez Santos. El otro, inédito para la colección: La fiesta va por dentro, conceptos y retratos, del que fue autor Manuel Molés.
Dos títulos se dedicaron a las ganaderías. En uno se contó la historia de aquellas. Su autor fue Joaquín López del Ramo y lo tituló: Por las rutas del toro, geografía europea del toro de lidia. Lo herraron con el número 38 y llevó el guarismo 1987. El otro se dedicó a una en particular, una ganadería legendaria. Su título: Miura, siglo y medio de casta (1842-1992). Su autor, José María Sotomayor mereció el primer Premio José María de Cossío 1992.
También tuvo su lugar el mundo del periodismo. Dedicaron un volumen a un estudio monográfico de una de las mejores revistas taurinas de la historia. Su autor fue Luis Nieto Manjón que lo dio a la imprenta con el título: La Lidia, modelo de periodismo. Fue galardonado con el segundo Premio José María de Cossío 1992. Se editaron en un volumen, el 19, aparecido en 1989, las tres obras fundamentales de Gregorio Corrochano: ¿Qué es torear?, Teoría de las corridas de toros y Cuando suena el clarín. Se agruparon en otros dos, el 46 y el 51, sus crónicas taurinas. Estos aparecieron con los títulos: La Edad de Oro del toreo, Obra completa II y La Edad de Plata del toreo, Obra completa III. Se daba continuidad al anterior y se cerraba una trilogía dedicada a uno de los maestros de crítica taurina. Dentro de las reediciones destacaron: El hilo del toreo, de José Alameda, número 23 de la colección, y Lagartijo y Frascuelo y su tiempo, de Antonio Peña y Goñi, éste último fichado con el número 53, en 1994, cuando la colección estaba a punto de echar el telón. La historia de la tauromaquia se pudo leer en dos obras. La primera, de Juan Posada, se tituló De Paquiro a Paula, en el rincón del sur, interpretación histórica de una tauromaquia esencial. Es una obra más cercana al ensayo que vio la luz en el número 5 de la colección. La segunda, probablemente, la mejor historia publicada hasta el momento se debió a la pluma de Fernando Claramunt. Bajo el título Historia ilustrada de la tauromaquia, aproximación a una pasión ibérica, en dos tomos, los números 16 y 17, se editó en 1989. Los títulos respectivos fueron: De la prehistoria a los toreros del 98 y De la edad de Oro a nuestros días. El lector encontrara en ella el análisis, el rigor y la amenidad que solo puede transmitir un autor que conoce como pocos la historia de nuestra fiesta y que por su gran cultura la pudo enlazar con otra historia, la nuestra, tanto la social, como la política o la artística. Es una obra fundamental en la literatura taurina. Mereció una segunda edición a la que se añadió un índice exhaustivo que no tuvo la primera. Dentro de la historia no se olvidaron de los que dieron la vida en el ejercicio de una profesión que nos apasiona tanto como a sus protagonistas. Su autor fue Juan José de Bonifaz y se comercializó con el título Víctimas de la fiesta. Hasta el momento de su publicación, 1991, era la recopilación más exhaustiva sobre le tema.
Dos títulos más se publicaron y que no pueden incluirse en los grupos anteriores. Una importante aportación al conocimiento de la normativa taurina fue la obra de Tomás Ramón Fernández, Reglamentación de las corridas de toros, estudio histórico y crítico que vio la luz en 1987 con el número 10 de la colección. Por su parte, Jean Cau, un año después, incorporó a la colección una obra que tituló Por sevillanas. Como en el mismo libro se afirma es una declaración de amor apasionado a una reina, Sevilla, y una invitación a soñar en su reino: Andalucía.
Simultáneamente, dentro de la colección, con el subtítulo de Libros de Oro, también de la mano de Ricardo López de Uralde, se recuperó la tradición del anuario taurino que, desde 1968, no se editaba. Fueron los resúmenes de las temporadas 1985 a 1990, último de los que salieron al mercado, aunque el correspondiente a 1991 ya se había dado a la imprenta. Las galeradas corregidas de la parte que me correspondía elaborar las conservo en mi biblioteca. La idea que llevó adelante unía la subjetividad del análisis de la temporada con la objetividad de la documentación y la estadística.
El primero de los que vieron la luz, el correspondiente a la temporada 1985, se tituló Repoker: temporada taurina 1985. Sus autores fueron José Carlos Arévalo y José Antonio del Moral. De la parte documental se encargó Francisco Aguado. Ya en la solapa de este primer anuario se incidía en la idea que he expuesto: <<Un gran trabajo estadístico, verdadero alarde documenta lista de enorme utilidad para el aficionado, el curioso, las instituciones taurinas y para la crónica de la Fiesta, que va tejiendo su historia, completa este primer anuario taurino en el que los lectores y coleccionistas encontrarán muchos más datos y efemérides de los que incluso puedan esperar>>.
En la temporada 1986 los autores del juicio crítico de la temporada decidieron no continuar escribiendo su parte del anuario. Ignoro sí Francisco Aguado lo deseaba pero el caso es que con muy poco tiempo para dar forma al segundo volumen Ricardo López de Uralde no tenía autores. Me consultó y le di varios nombres. Yo mismo me encargué de hablar con Vicente Zabala Portolés para transmitirle el deseo de que fuera él quien se encargara de la primera parte del libro. Aceptó y tuvo que encerrarse en un hotel para poder tener su trabajo terminado en la fecha que solicitaba la editorial. Pocos días más tarde, supongo que después de hablar con Francisco Aguado, de nuevo el editor me pidió que le pusiera en contacto con alguien que pudiera hacer la parte documental y estadística. Supe que Vicente Zabala se lo había propuesto a Luis García Barrio que colaboraba con él en ABC. Éste no pudo aceptar por el poco tiempo disponible. A una nueva consulta de Ricardo López de Uralde, respondí que el único que podría tener la información disponible sería Manuel Serrano Romá puesto que en poco tiempo empezarían a salir los extraordinarios de Aplausos con sus resúmenes de temporada. Podía existir un inconveniente pues podría tener algún tipo de exclusiva con la revista pero no fue así. Manuel Serrano Romá se comprometió a entregar su información pero no a darle un formato parecido al del anterior anuario. Después de varias conversaciones convinimos en que la forma se la daría el que escribe estas líneas y, además, completaría lo que no tuviera disponible él. También acordamos que esa parte la firmaríamos Manuel Serrano Romá y yo. De aquel acuerdo verbal mío con Espasa-Calpe nació otro. Y fue el que José María Sotomayor redactaría, desde 1987, la parte documental de los anuarios. Acuerdo que, como tantos otros, siempre cumplió Ricardo López de Uralde.
El anuario se tituló: Tiempo de esperanza: ante la temporada taurina 1987. Y, para la parte estadística documental, acuñamos el título que se mantuvo hasta 1991, variando, como es lógico, el año: La temporada taurina 1986 en datos y cifras. En 1987 la redacción del anuario se la encomendaron a Joaquín Vidal y al autor de estas notas. La obra se tituló: 40 años después. Temporada taurina 1987. Los encargados del anuario de 1988, Larga cambiada, temporada taurina 1988, fuimos Ignacio Álvarez Vara Barquerito y el que escribe estas líneas. En 1989, apareció el siguiente anuario redactado por Juan Posada y el que escribe estas notas. Su título: En busca de la competencia: temporada taurina de 1989. El último de los que vieron la luz, no el último redactado, fue el de 1990. Lo hicimos Alfonso Carlos Saiz Valdivieso y, de nuevo, el autor de estas líneas y poco hay que añadir a los comentarios anteriores. Su titulo fue: En corto y por derecho: temporada taurina 1990. La temporada siguiente se siguieron los mismos pasos que en las anteriores pero la adquisición de Espasa- Calpe por la editorial Planeta, asestó un duro golpe a la línea editorial de libros de toros, al menos en los primeros tiempos. La consecuencia inmediata fue la no publicación del anuario de 1991 cuando ya estaban las galeradas corregidas.
Con siete títulos de la colección, en total diez volúmenes ya que se eligieron algunos de los dobles, se editó, con uniformidad en la cubierta, una colección que denominaron La Fiesta y que se vendió en conjunto. Solo se diferenciaban de los originales en la mencionada cubierta que no estaba ilustrada. Tan iguales fueron que en los créditos figuraban los autores de las ilustraciones de las originales.
Algunos años después se editó la que podríamos denominar segunda época de la colección. Con distinto formato, ahora en cartoné ilustrado, desde 1998 hasta 2002 se publicaron veintitrés volúmenes. Veinte numerados y los tres últimos sin número de colección. Como en la de la primera época, esta colección, se caracterizó por la diversidad. Hubo biografías como Cossío y los toros, de la que es autor Ignacio de Cossío y Pérez de Mendoza, sobrino nieto de José María de Cossío. Dos autores hablaron de Joselito. Uno, Paco Aguado, lo hizo del de Gelves en El rey de los toreros: Joselito el Gallo. Otro, en obra conjunta, dedicaron su trabajo al actual. La obra se llamó: Joselito, punto y seguido y la firmaron, Joaquín Jesús Gordillo, José María Sotomayor y el propio José Miguel Arroyo Joselito; la tercera de las biografías, de Olga Pérez Arroyo, tuvo como protagonista la madre del Rey: Palco Real: Doña María de las Mercedes. Dentro de este capítulo aún hay que mencionar una obra más. Álvaro Domecq y Díez dio a la imprenta: Memorias, 80 años, mi vereda a galope.
Este mismo autor incorporó a la colección, El toro bravo, una nueva visión del mundo del toro desde la óptica de un ganadero ejemplar. También las ganaderías se acercan al contenido de la colección. Primero, Joaquín López del Ramo con Las claves del toro y el ganadero Victorino Martín García con Victorino por Victorino. Las dos obras son apasionantes. La primera escrita desde la fascinación y el estudio riguroso de un enamorado del toro. La segunda desde el conocimiento de su propia ganadería, los recuerdos transmitidos por su padre y la profesionalidad del veterinario.
Entre las reediciones hay una que ya figuró en la primera etapa: las tres obras fundamentales de Gregorio Corrochano. También en un volumen dos de la obras de Pepe Alameda: El hilo del toreo, ya incluida en la primera época, y Los heterodoxos del toreo. Tauromaquias o, si lo prefieren, obras que pueden asimilarse a ellas, son Grandes faenas del siglo XX, una recopilación de Pierre Arnouil e Ignacio de Cossío; El arte de ver los toros, de Santi Ortiz; y Todas las suertes por sus maestros, de José Luis Ramón, obra fundamental para el que desee profundizar en la técnica y el arte del toreo.
Dentro del grupo de libros que inciden sobre la cultura de los toros Andrés Amorós incluyó en la colección: Toros, cultura y lenguaje. Es una obra que trata, sin más, de la cultura de la fiesta en sí, acontecimiento tan popular como culto. Alejandro Pizarroso Quintero dio a la imprenta: La liturgia taurina, protocolo, ritual, etiqueta y ceremonia en el mundo de los toros, en el que recoge aspectos rituales, ceremoniales, plenos de contenido y tradición que si se perdieran la fiesta se desvirtuaría fatalmente.
La cadena de Hoteles TRYP y Espasa-Calpe firmaron un acuerdo para publicar en esta colección las obras premiadas en el Premio de Novela Taurina que había creado la primera. María Emilia González Sevilla con Tragabuches ganó el primero. Y Juan Posada, con El Gaona, una historia de toreros, se hizo con el segundo. Otro premio, esta vez el convocado por la Fundación Joselito, lo ganó Luis de Lezama con su trabajo Traje de luces y, tras el correspondiente acuerdo editorial, fue incluido en la colección.
La historia de la tauromaquia está representada por dos obras. La primera, por orden cronológico, la publicó Santi Ortiz. La tituló: Lances que cambiaron la fiesta. Es una visión evolutiva del toreo a través de siete hitos históricos esenciales. En la otra, José Luis Ramón nos contó la historia de la Escuela de Tauromaquia de Madrid a la que él perteneció. Es un libro entrañable y muy documentado que tituló: Antesala de la gloria, historia de la Escuela taurina de Madrid.
Dos ensayos se incluyeron en la colección. Uno, La afición, de Víctor Diusabá. El otro, de Juan Posada, La fiesta del siglo XXI: ¿de dónde venimos? ¿adónde vamos?. En el año 2002, después de editar tres ejemplares sin número de colección, ésta echó el telón. Los directores de Espasa-Calpe sabrán la razón, seguramente económica, pero de lo que estoy seguro es que su editor, irrepetible editor de libros taurinos, Ricardo López de Uralde, no ayudó a que bajara ese supuesto telón que tanto trabajo le costó levantar. Sumando las dos etapas de La Tauromaquia, los Libros de Oro de La Tauromaquia y con el añadido de la colección La Fiesta, en total salieron a la luz 93 volúmenes, convirtiéndose en la más extensa de cuantas se han editado hasta el momento.
Los toros a través de los libros. Lecturas taurinas. Bibliófilos Taurinos de México
En 1990, Bibliófilos Taurinos de México comenzó a publicar textos en una colección que titularon: Los toros a través de los libros. Lecturas Taurinas. Los toros a través de los libros. Cuando escribo estas notas ya han visto la luz 68 volúmenes, al menos son los que yo he recibido. Pequeñas monografías con contenidos muy variados, de gran rigor, amenas y abiertas a autores de otros países. El primer número se debió a la pluma de Daniel Medina de la Serna. Lo tituló: Las prohibiciones de la fiesta de los toros en el Distrito Federal. Pero no fue el único texto que incluyo Daniel Medina de la Serna en la colección. En varias ocasiones más nos deleitó con sus trabajos: Atenco… ¿o el mito?; El Capea en la México; y La familia de Los Gallos, una estirpe torera, fueron sus aportaciones.
Como en otras colecciones trataré de agrupar los títulos. Centrándonos en los temas que abarca esta colección destaca, en una primera apreciación, que los matadores de toros, también los novilleros, e incluso los subalternos, o los éxitos obtenidos por ellos son los protagonistas. Nada menos que veinticinco folletos tiene a estos como eje de los trabajos. Los hay que hablan de un matador y algunos de los pertenecientes a un país, o bien, espadas unidos por algún nexo común. No sorprende que a Rodolfo Gaona le hayan dedicado tres monografías. Los hay mexicanos, como es natural, pero también españoles. Incluso una de ellas está dedicada a los matadores venezolanos. El primero de los títulos dedicados a un coleta fue el número 4, Aproximación biográfica de Pepe Ortiz, de la que es autor Roque Armando Sosa Ferreiro Don Tancredo. En el número 7, apareció una biografía del infortunado Alberto Balderas, a los 50 años de su muerte, título que firmó: Joel Marín. Le siguen: Luis Procuna, torero de luz y sombra, de Guillermo Ernesto Padilla; Apasionada y apasionante vida de Lorenzo Garza, del ya mencionado Don Tancredo. Son los números 11 y 15 de la colección que ya lleva un año de vida. Uno de los folletos que abarcan el universo de los matadores es: De Ponciano Díaz a Mario del Olmo, trabajo exhaustivo de documentación de quien fue maestro de muchos y amigo entrañable: Luis Ruiz Quiroz, al que volveré a citar. En este folleto, el 17, el autor da cuenta de todos los matadores mexicanos de alternativa hasta el momento de su publicación. Este mismo autor escribe, en el siguiente número de la colección: Fermín Rivera, su trayectoria en los ruedos. Humberto Montes Ramírez, en el número 21, dedicó una monografía a una víctima del toreo: Carmelo; su instante de gloria, su larga agonía. Y Humberto Ruiz Quiroz, la siguiente, a otro que dejó su vida en las astas de un toro: Eduardo Liceaga, esperanza taurina de México, frustrada por la muerte. Un regiomontano y un cordobés protagonizaron: Lorenzo Garza y el Cordobés, mano a mano. La autoría se debe a Alfonso López. Y no podía faltar, en el número 28, el Tigre de Guanajuato: Semblanza torera y humana de Juan Silveti, de la que es autor Guillermo Ernesto Padilla. En este desfile hay sitio, primero para un español, consentido en México, el torero de los ojos verdes. Retazos de su vida vieron la luz en el número 32 de este repertorio. El autor del trabajo fue Ignacio García Bravo que lo tituló: Cagancho, ídolo del público mexicano. Joselito Huerta, que aún nos deslumbró en España en un festival celebrado en Madrid en 1997, tuvo su hueco en Joselito Huerta y sus triunfos en América y el viejo mundo. Es una obra colectiva de Carlos Lorenzo Hinzpeter, Mario Rodríguez y Humberto Ruiz Quiroz. El número 35 se lo dedicó José Antonio Morales a Raúl Contreras Finito. Rodolfo Gaona, el Indio Grande, el único torero que hizo sombra a Joselito en España es protagonista, como anoté, de tres monografías: Recuerdos y confidencias de Gaona, de Roque Armando Sosa Ferreiro Don Tancredo; Rodolfo Gaona en Madrid, de Luis Ruiz Quiroz; y Semblanza de Gaona y polémica sobre la gaonera, de Carlos Lorenzo Hinzpeter. Otro consentido de la afición mexicana, probablemente uno de los últimos, el Niño Sabio de Camas, fue el protagonista de Paco Camino en México, de José Antonio Barbará. Y el número siguiente lo llena con su personalidad uno de los toreros mexicanos de más larga trayectoria. El título del folleto fue: La fábula de Eloy Cavazos que escribió Carlos Lorenzo Hinzpeter. Y después, en el número 59 de la colección, David Silveti, el rey de los toreros, salido de la pluma de Miguel Luna Parra. Y el matador de toros al que más trabajos se han dedicado, aún mito actual de la literatura taurina después de más de medio siglo de su muerte, tuvo su espacio en una obra de Fernando del Arco de Izco: Soñando con Manolete. Este autor también dio a la imprenta, Los Califas de la Córdoba taurina, dentro de las que pudiéramos llamar monografías colectivas. A ésta hay que añadir, 108 rabos en la plaza México; Novilleros: 47 rabos en la México; Confirmación de alternativas en México y de mexicanos en Madrid; y De Carlos Arruza a Eloy Cavazos, 35 rabos en el Toreo de Cuatro Caminos, los cuatro trabajos de Luis Ruiz Quiroz. Nelsón Arreaza, venezolano, publicó: Matadores de toros venezolanos, debut de mexicanos en Venezuela. Y cerrando esta agrupación, no tan homogénea como hubiese querido, hay que incluir: Galería de subalternos mexicanos, de Luis Ruiz Quiros. También uno a este grupo Mexicanos que actuaron en las plazas centenarias de Asturias, folleto del que es autor Carlos Lorenzo Hinzpeter. En este intento de agrupar podríamos unir a este conjunto: Triunfadores de las temporadas de toros en la Ciudad de México, de Miguel Luna Parra.
Y se ocuparon de las plazas. Además de los ya citados, que tienen relación con los profesionales y la plaza México, en 1998 se editaron cinco volúmenes en los que se cuenta la historia de esta plaza. Dividida ésta en cinco décadas, y con este título: Plaza México, primera década, segunda… Son autores de los mismos: Humberto Ruiz Quiroz, Humberto Montes Ramírez, Miguel Luna Parra, Luis Ramón Carazo y Federico Garibay Anaya. Otra de las monografías que podemos encajar aquí es: La trayectoria ganadera en la plaza México, que firma Antonio Villanueva Lagar. Y el último de los publicados por ahora: Monumental Plaza de Toros de México. Su valor patrimonial, también Miguel Luna Parra. Se editó en 2012 y es el número 68 de la colección. Federico Garibay Anaya aportó a la colección un interesante trabajo que tituló: Apuntes para la historia de la plaza de toros de Cañadas (Jalisco). Puede incluirse en este apartado La regulación del derecho de apartado en la ciudad de México, de Eduardo E. Heftye Etienne.
A la historia en general de los toros en México, a la particular de algunos estados y, también a esa historia en otros países, dedicaron varias monografías. Humberto Ruiz Quiroz, tantas veces citado, en el número 2, publicó: Cincuentenario de la independencia taurina mexicana. Arturo Combe, incluyó: La actual fiesta brava. De las manos de Jesús Dávila Medina salió: El juez de plaza y la fiesta taurina. De carácter más local fue: Episodios, curiosidades y anécdotas de la tauromaquia en Jalisco que firmó Federico Garibay Anaya. Geografía taurina Mexicana, de Joaquín Urra Movellan, es un repaso exhaustivo por los matadores, plazas y estados mexicanos con información puntual y precisa que sirve de punto de partida para otros estudios. Es una especia de vademécum histórico. También Miguel Luna Parra nos acerca a un retazo de la historia taurina mexicana en Corridas de orejas, estoques de oro y otros trofeos taurinos. Gabriela Valenzuela Navarrete incluyó un ensayo titulado: Las corridas de toros, ¿fiesta de nobles o plebeyos? Y José Francisco Coello Ugalde, uno de los historiadores más rigurosos de México, dio a la colección su trabajo: Discurso historicista y humano de la tauromaquia. En uno de los últimos números aparecidos, concretamente en el número 64, José María Moreno Bermejo publicó: España y los toros. Y en el siguiente, José Antonio del Moral, otro ensayo titulado: El ser y el estar del torero. Miguel Luna Parra abordo en dos volúmenes, los números 47 y 48, que aparecieron en 1999, la historia de los toros en Cuba. En el primero, Toros en Cuba I, plantea una interrogante en el subtítulo: ¿Primera corrida de toros celebrada en América…?. En el segundo escribió en el subtítulo: Auge, Independencia y Prohibición…
Como es natural, la ganadería también tuvo su hueco, aunque no demasiado, entre los volúmenes que se han editado. El primero, ya lo cité, fue el dedicado a la vacada de Atenco y del que fue autor Daniel Medina de la Serna. Y solo al final, en el número 66 y en el penúltimo, el 67, de los que han llegado a mí poder, se ocuparon de las ganaderías. El primero se tituló El mito de Parladé, del que es autor José Antonio Villanueva Lagar. El segundo: Gregorio Villalobos, primer introductor de ganado bovino en Nueva España. Su autor fue Vicente Villanueva Rosales.
La Prensa, los críticos, los escritores, el lenguaje, los cuentos, los relatos, se hicieron hueco en esta escogida colección. En el número 5, editado en 1990, de nuevo Luis Ruiz Quiroz se acerca a estas lecturas taurinas rindiendo homenaje a un conocidísimo crítico taurino mexicano. El título del trabajo, en el que se incluyen testimonios de Ricardo Colín Flamenquillo y José Ortiz y Ortiz Don José, fue <<Verduguillo, en el centenario de su nacimiento>>. En el siguiente opúsculo, Alfredo Valencia, incluye: Antología de dichos y refranes taurinos. Un autor colombiano, Germán Bernate, publicó: Importancia y responsabilidad de la crítica en la fiesta brava. Ésta obra había sido galardonada con uno de los prestigiosos premios Doctor Zúmel. Gabriela Valenzuela Navarrete dio a la imprenta, en el número 57, Ernest Hemingway, primera figura del toreo escrito. Marcial Fernández Pepe Malasombra aumentó la colección, en 1997, con el número 37, entregando una obra titulada La voz primigenia, relato centrado en el Bos primigenius y en un matador, Victoriano Méndez. Y en los números finales, el 62 concretamente, editado en 2005, Gabriel Lecumberri Pardo incluyó: 6 cuentos de toros 6 (y uno de regalo). Una corrida completa, deliciosa, y un sobrero que podía haber sido titular. Un folleto de recuerdos, el número 44, se tituló Un canto a la vida. Semblanza del Dr. Joel Marín, amigo inseparable de Silverio Pérez y hombre fascinado por la fiesta, del que fue autor Gabriela García Padilla.
Y algunas de las lecturas se dedicaron a las artes. En el número 8, el escultor Humberto Peraza hace inventario de pintores y escultores, consagrados o no, conocidos universalmente o de ámbito más local, pero todos con el denominador común de haber tratado en su obra la fiesta de los toros. Lo tituló: Los toros en la plástica. En 1992, en el número 16, los bibliófilos mexicanos incluyeron una antología que titularon La caricatura taurina. No tiene autor y repasa las viñetas de los más conocidos dibujantes de México y de otros países. Daniel Medina de la Serna se acordó de la música, tan unida a la fiesta, en un volumen titulado: Rafael Gastón, autor de cielo Andaluz, un paso doble para partir plaza en México.
Y, si mi recuento no ha sido erróneo dos trabajos más, los números 27 y 34, editados en 1994 y 1995, tienen que cerrar este relato parcial. La autoría del primero es de Carlos Lorenzo Hinzpenter. Su título: ¡Qué! Y ¿Cómo? De la suerte de picar. El segundo se tituló Filosofía del toreo a caballo y otras consideraciones, del que fue autor José Santos Alonso.
Las colecciones de la editorial Egartorre: Albero, Burladero y Tauromaquia de bolsillo.
Probablemente animados por la salida de la colección La Tauromaquia, de Espasa-Calpe, otras editoriales, entonces y ahora, se decidieron a publicar libros taurinos en colecciones nominadas. Otras editoriales simplemente los editaron pero sin dar cuerpo a una colección. Supone más compromiso.
Una de las editoriales que las crearon fue la madrileña Egartorre. En 1990 comenzó a editar la colección Albero que hasta la fecha en la que escribo estas notas ha publicado un total de 22 títulos. Ese mismo año dio a conocer la segunda: Burladero que ha alcanzado los 35 volúmenes. Y, algunos años, después, comenzó su andadura una tercera colección bajo el nombre de Tauromaquia de Bolsillo que únicamente ha dado a la imprenta siete títulos. Pero en total, y es meritorio, han puesto en el comercio sesentaicuatro libros, cifra nada desdeñable. Como en otras, se mezclaron las reediciones con los títulos de nueva redacción.
Colección Albero
Los dos primeros títulos de la colección Albero, el primero sin número, fueron reediciones de un autor clásico: Luis Fernández Salcedo. Dos de sus obras más buscadas, Los cuentos del viejo mayoral y Veinte toros de Martínez, inauguraron la colección. El resto han sido obras originales escritas para esta colección y, como en otras, se han diversificado los temas. A Manolete le han dedicado tres obras. Fernando del Arco Izco, dio a la imprenta, primero, en 2005, Manolete, a los cincuenta años de su muerte y 80 de su nacimiento. Después, en 2006, Parnaso manoletista, 800 poemas dedicados a Manolete 800. Y Fernando Claramunt López, poco después: Tiempo de Manolete (Vivir en España 1939-1949). Dos biografías de matadores se incluyeron en este conjunto. La primera, dedicada a Joselito, al de ahora, con el título de El arte de matar y de la que es autor Miguel Ángel García Barbero. La segunda a Juan Antonio Ruiz Espartaco. De ésta es autor Rafael Moreno Cereijo, el que fuera apoderado del diestro durante algunos años. Fue el número 20 de la colección. En los listados de títulos de la colección que inserta la propia editorial al final de cada volumen figura: De plata y oro, inventario de toreros granadinos. Es autor de la obra Francisco Rodríguez Aguado. Es un repertorio biográfico muy extenso de aquellos profesionales, o no, nacidos en Granada. Pero en este libro no consta inscripción alguna ni colección ni número aunque figura como el 16 en las mencionadas listas. Este mismo autor en el año 2013 entregó a la editorial un interesante trabajo que une, como tantas veces toros y flamenco. Nos lo recuerda cuando en la página de respeto incluye unos versos de una copla: Los toros y el cante/son dos hermanos gemelos./ Su padre se llama arte/ y su madre, el sentimiento. El título del libro es: Toreo por seguirillas, aproximación a la Genealogía gitana de los Ortega, paradigma de una familia torera. Es el número 21 de la colección y ha visto la luz en diciembre de 2013 cuando las noticias que tengo dicen que la editorial ha cesado en sus actividades. Pero también he podido adquirir, no sé si llegará a todas las librerías otro ejemplar, el número 22 de la colección, que sí será el último, titulado Memorias de un torero Gallego. Lo escribe un antiguo novillero, Hilario Taboada, y debe estar encuadrado en este grupo de las biografías. Espero que esta inactividad de la editorial Egartorre sea temporal y pueda seguir aportando obras a la literatura taurina.
También se ocuparon del toro y Julián Agulla López publicó en Albero dos volúmenes con una exhaustiva recopilación de toros célebres o singulares. El título recoge bien las circunstancias: Toros que han hecho historia.
Francisco López Izquierdo, investigador incansable, incluyó en el número 3 de la colección: Plazas mayores y de toros, el único trabajo que se ha ocupado de ellas. La caricatura y las viñetas humorísticas vinieron de la mano de Fernando del Arco Izco que dedicó un entrañable texto a una persona más entrañable aún. El título fue: La caricatura, los toros y Fernando Vinyes. El humor vino de la mano de Fernando Corella con su obra: Taubromaquia de Corella. Libro muy ameno que prologó el magistral Matías Prats.
El periodismo y la comunicación tuvo su representación en un texto de Miguel Ángel Moncholi que narraba las peripecias y experiencias de un conocido portal taurino. Lo tituló: Burladro.com, la aventura de los toros en Internet. Un delicioso libro, pleno de sentimientos, experiencias y escrito de la forma amena que suele utilizar el autor fue: Ecos del Toricuarto. Lo dio a la imprenta, en 2010,Fernando Claramunt López.
El autor limeño, Luis Felipe Odría, publicó Cronología histórica del toreo, 1526-2005. Es una obra de consulta en el que se pueden encontrar fechas de nacimiento de profesionales, fallecimientos, alternativas, confirmaciones e infinidad de datos de cualquier índole como matrimonios, inauguraciones de plazas o retiradas. Se completa con unos índices temáticos muy útiles.
Termino estas notas con cuatro títulos que no pueden encajarse en las clasificaciones que vengo haciendo. Luis Gutiérrez Valentín incorporó a la colección dos títulos: Vestida de luz y sombras, el silencio del toreo y ¡Pobre de mí! El primero, como puede leerse en la contracubierta, nos enseña las vicisitudes por las que pasan los toreros, que a su vez reflejan situaciones perfectamente trasladables a los problemas cotidianos en la vida de los que no visten de luces. El segundo es un ensayo sobre los sanfermines. El tercero, de Ángel Arranz y Jordi Grau, tiene un título singular: ¡Torturadores?, mano a mano (con admiración e interrogación). Es un ensayo en el que los autores pretender compartir su inquietud con la de los lectores en lo que ellos califican de << momento en el que tantos peligros amenazan la continuidad de la fiesta>>. Y el cuarto de este grupo lo escribió Rendey Horacio Ortiz Rodríguez, con revisión y prólogo del matador de toros José Ignacio Uceda Leal. Su título, muy largo, es: El interior del torero. El toreo interior. Técnicas de entrenamiento mental para afrontar el miedo y la ansiedad competitiva en el camino hacía el éxito. El propio título ayuda a conocer el contenido.
Colección Burladero
También comenzó en 1990 y con un volumen sin número de colección. Se tituló Actuación de los veterinarios en los espectáculos taurinos y fue su autor Juan García Alonso. Como en la otra serie hubo reediciones. En el número 2 se incluyó otra obra de Luis Fernández Salcedo: Tres ensayos sobre relatividad taurina. En el número 6 la Tauromaquia completa de Paquiro y en el 8 la otra tauromaquia clásica, la de Pepe- Hillo. Y otra obra de Luis Fernández Salcedo: La vida privada del toro.
La primera biografía fue una de Luis Puebla Laguno que tituló: Cristina, Reina del ruedo. La siguiente fue ¡Jesulín! escrita por Filiberto Mira. Pero aún llegarían más a los estantes de las bibliotecas: El Juli, historia de una voluntad, de Fernando del Arco Izco; Julián Sáiz Saleri II, de Juan Luis Francos; y La dinastía Bienvenida y Manolete, también debida a la pluma de Fernando del Arco Izco. Las dos últimas que pueden agruparse en este conjunto fueron Mis pasiones y decires con Curro Romero y Rafael de Paula, mezcla de ensayo y apunte biográfico, de Huberto Apaolaza, y Conrado, el último maletilla, de Ángel Sánchez Peinado.
Ante el debate, más que centenario, toros y cultura, Andrés Amorós Guardiola aportó, en un trabajo titulado Escritores ante la fiesta (De Antonio Machado a Antonio Gala), en el que reflexiona: <<sin la literatura ¿qué sería de la Tauromaquia?>> Y al hilo de los escritores, en la colección se incluyeron dos novelas. La primera se tituló The brave bulls and Mrs. Ashcroft, de Julio Sampedro Criado. La traducción es de la autora Muriel Feiner. La segunda, con un título de dudoso gusto, La puta y el torero, se debe a la pluma de Antonio García Molina.
Se escribió también de historia. Los toros en la Guerra de Cuba, de Miguel Ángel López Rinconada; 1851, historia de una temporada, de Oscar Jiménez Bajo; y un ensayo magistral de una etapa para olvidar de la historia de España: República y toros (1931-1939), salida de la pluma de Fernando Claramunt López. También apareció para poner broche a la colección, con el número 35, un juicio sobre la feria de San Isidro con un título demoledor: San Isidro 2012, la peor feria de la historia, de Rafael Cabrera y Ángel Arranz. Este último había acercado a la colección tres volúmenes titulados Tercio utópico. Crónica taurosociales. De acuerdo con lo que cuenta el propio autor, intenta ver más allá de los manidos y bienintencionados análisis basados en las estadísticas, las biografías y hechos consumados. Quizás en este grupo pueda incluirse: El rejoneo: arte de caballeros, del que es autor Francisco López Izquierdo. Este mismo autor, anteriormente, aportó otra obra titulada Iniciación al Espectáculo Nacional.
La colección tuvo otros títulos. En apretada miscelánea los relaciono. El signo de la fiesta, de Ramón Macías Mora, autor mexicano que dio a la imprenta varias obras fuera de esta colección. En este ensayo analiza el significado y el espacio en donde se desarrolla la fiesta en México. La centenaria plaza de toros de Santa Cruz de Tenerife, de José Méndez Santamaría. Pases y compases. Verdad, poesía y fantasía del toreo, de Luciano Nuevo Sánchez y Luis Gutiérrez Valentín. En este título expresan poemas y vivencias y reflexiones alrededor de la fiesta. Tauromaquia, otra forma de comunicar, en el que varios autores se preguntan si sabemos comunicar el sentimiento del toreo y sus raíces culturales. Análisis simbólico de la tauromaquia, en el que la autora, Rebeca Retamales Rojas, repasa las raíces del toreo. Coplas al toro bravo, de Carlos Manrique Ejarque. Y El toreo al desnudo, de Manuel Galán Cruz, en el que vierte las reflexiones de un torero que no llegó a figura.
Tauromaquia de bolsillo
La editorial entreveró entre las dos colecciones otra que tituló Tauromaquia de bolsillo. Solamente publico siete volúmenes. Un ensayo de Fernando Claramunt, Del prado a la arena. Apuntes del natural, del pintor César Palacios. Clarines del alma, de Luis Puebla Llaguno. Normativa taurina, edición comentada y actualizada, de Miguel Ángel Moncholi. Rafael el Gallo, vida ajetreada y fantasías del Divino Calvo, de Francisco Narbona. Fiestas y sentimientos, del ya citado Luis Puebla Laguno. Y Lo taurino en familia, también de este último autor.
Unos días antes de finalizar estas líneas como he apuntado llegó la noticia del cese de actividades de la editorial que fundara Emiliano García de la Torre. Mala noticia sin duda para todos los que amamos y coleccionamos libros de toros.
Biblioteca Nueva. Colección La piel de toro
La editorial Biblioteca Nueva comenzó a editar una colección de libros taurinos con el título La piel de toro. La dirección de la misma fue encomendada a Andrés Amorós que con acertado criterio incluyó en ella tanto obras antiguas como de nueva redacción. Ahora no me atrevería a decirlo pero hace años propuse en Espasa que no solo se editaran libros originales sino que se tuvieran en cuenta textos clásicos, exentos ya de derecho de autor, o con acuerdos con ellos o sus herederos, como así fue. Incluso me atreví a proponer que la distribución fuera con algún periódico y desde luego de venta en kioscos. La salida al mercado de esta colección me recordó aquella idea mía que, excepto en lo de los puntos de venta, se pareció bastante. En esta colección, e insisto en que con mucho acierto se ha ido mezclando reediciones y títulos nuevos. El primero, de 1998 fue el clásico de Ángel Álvarez Miranda, Ritos y juegos del toro (1962), al que acompañó un magnífico prólogo del antropólogo Julio Caro Baroja. Era un complemento necesario en el momento de la edición. El siguiente también fue una reedición, la de la obra de José María Carretero El caballero Audaz, titulada El libro de los toreros, de Joselito a Belmonte. En él se recogen con gran amenidad entrevistas con figuras de la Tauromaquia. En el tercero de los publicados apareció la primera obra original. La autora, María Celia Forneas Fernández, Profesora de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, es una autoridad en la historia del periodismo en general y en particular del taurino. Puede que sea, entre otros, junto a Alejandro Pizarroso y María Verónica de Haro San Mateo, los referentes de la historia del periodismo taurino. El título: La crónica taurina actual. Y como dice el subtítulo, aquella << es un texto informativo, literario y de opinión>>. El cuarto de los volúmenes es otra obra clásica, muy buscada en su edición original: La suerte o la muerte, poema del toreo (1963), de Gerardo Diego. La edición, introducción y comentarios se deben a la pluma del director de la colección. Como bien dice esta obra poética es una tauromaquia completa que reúne la historia de los principales diestros y el análisis de las suertes. Otro clásico de la literatura taurina es el Belmonte, el nuevo arte de torear (1928), de Antonio de la Villa que vio la luz en el quinto volumen de la colección. Junto a la novelada de Chaves Nogales esta es una de las biografías de referencia del Pasmo de Triana. Y haciendo sexto, Don Manuel Bienvenida, el Papa Negro, vida y novela de un matador de toros (1953). Largo título que ofreció Luis de Armiñan a quien fuera fundador, aunque no el primero, de la famosa dinastía.
Otro título relacionado con la antropología, esta vez de nueva aparición es Correr los toros en España, del monte a la plaza, del que es autor Francisco J. Flores Arroyuelo y que fue el séptimo de los publicados cuando la colección ya tenía más de un año de vida. Este mismo autor incluyó en ella otro título: Del toro en la antigüedad: animal de culto, sacrificio, caza y fiesta. Fue el undécimo de la serie. En medio, la editorial dio entrada tres reediciones y una obra original del director de la colección: Teoría del toreo, con las apostillas del Duque de Veragua, de Amós Salvador y Rodríguez; El arte de ver los toros [Guía del espectador], de Uno al Sesgo; El <<Llanto por Ignacio Sánchez Mejías>> de Federico García Lorca, de Andrés Amorós; y Diccionario Cómico taurino, escrito para los diestros que no le necesitan (que son muchos), de Paco Media-Luna. Este último ya apareció en 2001 y con el número doce de la colección.
Un libro que, en su edición original, era de tamaño doceavo se adaptó al tamaño de la colección, octavo mayor, y vio la luz en 2001. Se trataba de Chascarrillos taurinos, del que es autor Caireles. Anécdotas y sucesos, verídicos o no, se entrecruzan en un texto de los que una vez comenzado no puede abandonarse. Llevaba el número que no le gusta a muchos toreros. Una edición más, no sé cuantas, de la edición de la Tauromaquia de Pepe-Hillo. Tantas que hace un año presenté en Madrid, con otros compañeros, una muy interesante por los anejos, editada por Taurine Bibliophiles of America. Aquella apareció con el número 14 de la colección. Mariate Cobaleda dio a la luz: El simbolismo del toro, la lidia como cultura y espejo de humanidad. Completo y riguroso estudio que vertebra el contexto cultural en el que aparece enmarcada la corrida de toros en el que también se aborda el valor humano de lidia de los toros, dos puntos de apoyo para hacer valer la vigencia de nuestra fiesta. Un libro, de nuevo de la pluma de Andrés Amorós, probablemente la segunda de sus tauromaquias, salió de la imprenta en 2005 constituyendo el decimosexto volumen de una colección que no debió terminar nunca. El título: El toreo de frente. El subtítulo: Manolo Vázquez. Homenaje merecido al amigo, no hay duda, y divulgación de la tauromaquia del diestro sevillano que en los años cincuenta nos subyugo con su toreo de frente y, seguro, que responsable, con Antoñete, del esplendor de la fiesta en los años ochenta. Tauromaquia y cultura en estado puro como ahora gusta decir. Un escritor de referencia en el periodismo taurino, Juan Carlos Gil, autor de una tesis doctoral sobre Antonio Díaz-Cañabate, más tarde convertido en libro, y de otras obras, tuvo el ingrato honor de cerrar esta colección de referencia. Con el número diecisiete coordinó: La fiesta de los toros, un patrimonio compartido. Tomo de la contracubierta la siguiente frase pues podría considerarse, en parte, un epílogo a esta colección: <<Esta obra está asentada en unos planteamientos innovadores que abordan el fenómeno taurino desde diversas perspectivas que van desde la literaria, hasta la filosófica, pasando por la estética, histórica y jurídica>>.
Colección Tauromaquias. Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Fundación de Estudios Taurinos
En 1995 con el patrocinio de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla se inició una colección de libros taurinos bautizada con el nombre de Tauromaquias. El alumbramiento había sido posible también gracias a la edición de Universidad de Sevilla asesorada por la Fundación de Estudios Taurinos[19]. En la presentación del primero de los volúmenes se podía leer: <<La elaboración de la colección Tauromaquias es una tarea universitaria que constituye, a su vez, una antigua aspiración de la Fundación de Estudios Taurinos que, de acuerdo con sus estatutos, entre las tareas prioritarias con que así misma se obligó fue la de dotar a la reflexión taurómaca de un nivel científico promoviendo los estudios de Tauromaquia en el seno de la Universidad, de una ciudad como Sevilla que sigue siendo, a veces incluso a su pesar, el referente mundial del mundo de los toros>>. Esta colección pretendió desde el comienzo, y no ha dejado de lograrlo, incluir entre sus títulos, como lo hicieron otras, tanto reediciones como <<otros que, consecuencia de la creación contemporánea ya individual ya colectiva sean producidos por una actividad intelectual unos, de signo individual como pueden ser los ensayos o las tesis doctorarles y otros, por participación más numerosa como, por ejemplo la edición de actas de un Seminario, de un Coloquio internacional e, incluso, de un Congreso, cuyo tema central estuviera en relación directa con la Tauromaquia>>.
El primero de los títulos que vio la luz fue Sacrificio y tauromaquia en España y América, obra correspondiente al grupo de las colectivas. Su editor fue Pedro Romero de Solís a quien, entre otros que iré mencionando, se debe el desarrollo de la colección. Característica de ella, cuando es apropiado, son las introducciones, proemios, etc. que constituyen en sí obras de obligada referencia. Aportaron sus trabajos para este recién nacido, el propio Pedro Romero de Solis, autor también del Proemio e introducción; Charles Malamoud, Antonio Blanco Freijeiro, Domingo Fournier, Antoinette Molinié, Carlos Moya, Julien Pitt-Rivers y Jorge Maier Allende. Con el denominador común de la antropología y las primeras noticias de la relación del hombre con el toro, se editaron: Las tauromaquias europeas: la forma y la historia, un enfoque antropológico (2006), de la que ese autor Fréderic Saumade y El cuerno y la espada (2009), trabajo que firmó Jack Randolph Conrad.
Un aspecto poco divulgado de la tauromaquia, de la Fiesta de Toros, es el económico. En los números 4 y 16 de la colección se insertan sendos estudios de Antonio Luis López Martínez. El primero de ellos se editó bajo el título: Ganaderías de lidia y ganaderos: historia y economía de los toros de lidia en España (2002). Es una aportación nueva, muy documentada, que permite un estudio complementario del devenir de algunas ganaderías legendarias. Su segundo trabajo lo tituló: El mercado taurino en los inicios de la tauromaquia moderna (2013).
En el apartado de reediciones se han incluido varios títulos clásicos. Anales del toreo, de Don Clarencio, con introducción de Marcos Fernández Gómez y un estudio preliminar de Carlos Martínez Shaw que aportan rigor al conocimiento a la obra y el autor. También, del mismo autor, se reeditó Colección completa de las castas tauromáquicas. Se completa el texto con tres introducciones de Eloy Arias Castañón, Marcos Fernández Gómez y Manuel Castillo Martos que son, en sí, publicaciones de referencia. Los precisos manejos y progresos del arte del toreo, de José Daza, se reeditó en el número 2 de la colección. Y vuelve a ser obligada la referencias a los estudios previos de Alberto González Troyano, otra de las figuras claves en la colección, el ya mencionado Pedro Romero de Solís y R. Reyes. Tres obras más recogen títulos de otras épocas. La primera de ellas, editada en 2010, Fiestas de toros: bosquejo histórico, de Bernardino Melgar y Abreu (Marqués de San Juan de Piedras Albas). El estudio introductorio se debe a la pluma de Juan Manuel Albendea Pabón, otro de los artífices de la colección. La segunda, no estoy siguiendo un orden cronológico de publicación, es la obra de Luis Toro Buiza, Sevilla en la historia del toreo que vio la luz en 2002. La edición e introducción y edición corre a cargo de Pedro Romero de Solís. Y la tercera, editada en 2005, obra colectiva, se agrupa bajo el título La real Escuela de Tauromaquia de Sevilla: (1830-1834). En ella se agrupan: Proyecto sobre el establecimiento de una Escuela de Tauromaquia, del Conde de la Estrella; La Escuela de Tauromaquia de Sevilla y otras curiosidades taurinas, de Natalio Rivas Santiago; y Correspondencia inédita de Pedro Romero sobre la Escuela de Tauromaquia de Sevilla y otros papeles taurinos, de José Luis Ayerbe Aguayo.
En 2012, centenario de la alternativa de Gallito, la colección, en su número 15, incluyó un trabajo colectivo conmemorativo de la efeméride que titularon: José Gómez Ortega: Joselito: el toreo mismo. Fueron sus editores Jacobo Cortines y Alberto González Troyano. Los textos se debieron a las plumas de: Eva Díez Pérez, Alberto González Troyano, Teresa Gómez Espinosa, José Campos Cañizares, Fátima Halcón Álvarez-Osorio y Jacobo Cortines. No es un texto más sobre la fugura del torero de Gelves es una obra de referencia que estudia tanto la figura del maestro, como la tauromaquia de su época y el entorno social de los años en los que estuvo en activo. Después de Manolete, es probable que sea el torero al que más trabajos biográficos e históricos, o poemarios, se han dedicado. Entre ellos esta obra ocupa un lugar destacado.
Otro título colectivo fue: Fiestas de toros y sociedad: actas del Congreso Internacional celebrado en Sevilla del 26 de noviembre al 1 de diciembre de 2001. Los editores y autores de la introducción fueron Antonio García-Baquero González y Pedro Romero de Solís. La nómina de autores que presentaron ponencias y el título es muy extensa pero apuntemos que se agruparon en siete secciones: Arqueología y ciencias de la religiones; La dimensión histórica de la fiesta de toros; Ecología y ganadería de reses de lidia; Antropología y Sociología de la fiesta de toros; Literatura, música y tauromaquia; Arte, filosofía y toros; y Los toros y los medios de comunicación.
Dos trabajos, uno con un entorno local y el otro más universal se ocuparon de los orígenes de la fiesta de toros. El primero, de Lourdes Amigo Vázquez, lo tituló: ¡A la plaza! Regocijos taurinos en el Valladolid de los siglos XVII y XVIII. El segundo, El toreo caballeresco en la época de Felipe IV: técnicas y significado socio-cultural, de José Campos Cañizares, es un tratado en el que se estudia con rigor a los preceptistas, se define que es torear a caballo, la imagen taurina del caballero y su relación con la sociedad, el toro de la época, el atuendo del caballero, los escenarios en los que corren toros, las suertes, el caballo de torear, las tauromaquias de entonces y un sinfín de temas que no es posible concentrar en un artículo. La obra tiene un complemento documental, informativo y estadístico de un gran valor para los estudiosos a los que abre el camino de sus investigaciones. Y finaliza con dos apéndices fundamentales: Tratados taurinos, textos históricos y tablas que resumen infinidad de conceptos y contenidos del libro. El otro es una bibliografía fundamental. Dentro de la importancia que tienen todos los títulos éste constituye una aportación fundamental.
He dejado para el final, no por la importancia que tiene la obra, si no porque me permite nombrar a la Fundación de Estudios Taurinos, y su revista, a la que si me dan la ocasión quiero dedicar otro artículo. Se trata del ejemplar publicado en 2008, titulado Razón de la Tauromaquia, obra taurina completa, y del que es autor Antonio García- Baquero González, profesor, como ya anoté, y referente obligado en esta colección y en la Fundación de Estudios Taurinos. En esta obra se recogen una selección de trabajos publicados en diferentes medios de comunicación y muy especialmente los que vieron la luz en la Revista de Estudios Taurinos.
A finales de 2013, Pedro Romero de Solís y Juan Carlos Gil González, han coordinado Juan Belmonte, la epopeya. Este número 17 de la colección es una obra colectiva de homenaje a quien tomó la alternativa cien años antes. Han colaborado, además de los citados coordinadores, Manuel Clavero Arévalo, Juan Manuel ALbendea Pabón, Agustín Díaz-Yanes, Francis Wolf, Manuel Castillo Martos, Paco Aguado, Carlos Abella Martín, José Miguel González-Soriano, José Belmonte Rodríguez-Pascual, Fraçois Zumbiehl, Silvia Caramella, Elena Hormigo León, Inmaculada Molina Álvarez, Marilén Barceló, Juan Belmonte Luque y Carlos Marzal. Aunque de este torero se ha dicho casi todo lo que se podía decir, y se ha escrito mucho de él, aún hacía falta un texto como éste.
Han sido, hasta el momento de redactar estas líneas diecisiete tomos los que han podido llegar a mis manos y afirmo que son unos de los hijos más ilustres de mi biblioteca.
Bellaterra. Colección Muletazos
Cuando el nacionalismo, fundamentalmente antiespañol, de parte de la región catalana, con la ayuda inestimable del dueño de la plaza de toros Monumental de Barcelona, estaba ultimando su ataque a la libertad de poder contemplar corridas de toros en esa parte de España, una editorial de Barcelona, Bellaterra, lanzó una colección de libros taurinos: Muletazos. Quizás sea verdad que somos diferentes. El hecho es que alumbraron la que en este momento se ha convertido, junto a la sevillana Tauromaquias, en la única que se mantiene activa y, lo que es más importante, asegurando en cada volumen la calidad impuesta desde el principio. Hasta hace poco figuraba como director de la colección un erudito y aficionado ejemplar: Fernando del Arco Izco. En los últimos números le acompañan en esa tarea Luis Corrales Grande y Paco March, también personas de obligada referencia en la cultura de los toros.
En el año 2008 apareció el primer título. Su autor fue el filósofo francés, Francis Wolf, que dio a la colección el ensayo Filosofía de las corridas de toros. Este mismo autor ha publicado el último de los ejemplares aparecidos en esta colección hasta el momento de cerrar estas páginas. Me consta que en breve aparecerá un título que no dejará indiferente a nadie por la originalidad y novedad de su contenido. Este segundo título de la colección, de Francis Wolf, es Seis claves del arte de torear, otro gran ensayo. También francés, François Zumbiehl fue el segundo en aportar una obra a este conjunto. El discurso de la corrida (2009), un acercamiento, hasta donde se puede como dice el mismo, a la verdad y los grandes misterios de la tauromaquia.
Siguiendo con autores franceses, en 2010, se incluyó en la colección la obra de Jacques Durand que tituló Crónicas taurinas. Y, como en otras colecciones que hemos traído a estas páginas, también hubo textos clásicos. En ésta solamente uno hasta el momento. Es un ensayo fundamental en la bibliografía taurina y se debió a la pluma de José Alameda. Su titulo, conocido de todos, es: Los arquitectos del toreo moderno. Como es natural varias obras han tenido a Cataluña como protagonista. La primera de ellas, de Raúl Felices, con un título largo se llamó: Catalunya taurina: una historia de la tauromaquia catalana desde la Edad Media a nuestros días. Otra, la segunda, relacionada con la comunicación, se tituló: 25 años de política y toros: los toros en las ondas de Radio L’Hospitalet (1987-2011). Fue autor del trabajo, Luis María Gibert Clols. Dedicados a matadores se han incluido en la colección varios títulos, englobándolos para este trabajo, en biografías, tauromaquias o ensayos. El primero fue Elogio y refutación de la quietud: una tauromaquia (casi) inmóvil: José Tomás versus Morante de la Puebla. Se editó en 2013. Este mismo año dieron a la imprenta otras dos obras que puede agrupares con la anterior. Una, de Santi Ortiz, coincidiendo con el centenario del doctorado de el Pasmo Triana, la tituló: Juan Belmonte: a un siglo de su alternativa. Se editó: Mañana toreo en Linares. Relato. Otra fue una obra póstuma de Joaquín Jesús Gordillo. Currolatría, historia urdida de un dios menor la titularon. Y completaría este conjunto un trabajo de François Zumbiehl que editó bajo el título: Mañana toreo en Linares: relato.
Un ensayo, Meditación del toreo, de Fermín Francisco Bohórquez, <<entre la intuición y el concepto>> puede leerse en la cubierta, vio la luz en 2011. Con una obra, colectiva esta vez, y una dedicada a una plaza de toros cierro este relación. La primera, con textos de Julián Pitt-Riveros, Pedro Romero de Solís, Frèderic Saumade, Dominique Fournier, Patricia Martínez de Vicente y Antoinette Molinié, se tituló: Ritos y símbolos en la tauromaquia: en torno a la antropología de Julián Pitt-Rivers. La segunda, la dedicada a la plaza de Murcia, es obra de Manuel Guillén Muñoz. La tituló, Toros en la Condomina: 125 años de historia (1887-2012).
Sin duda esta exposición ha sido muy larga. El tema acordado no se puede extractar mucho más. Han desfilado por las notas anteriores diecisiete colecciones y cerca de cuatrocientos títulos y sus correspondientes autores. Aún así han quedado fuera muchas. Algunas, como las revistas de la Fundación Estudios Taurinos y Terres Taurines (también en su versión española), merecen un artículo independiente cada una de ellas. No son colecciones como las que han que he querido exponer aquí, pero por su contenido y formato se las puede unir a aquellas. Deberían tener una continuidad en otro artículo.
Como muchas de las selecciones, la propuesta por mí es subjetiva y, desde luego incompleta. Se han quedado en el tintero, intencionadamente, colecciones tan importantes como los varios anuarios taurinos que han ido apareciendo, sobre todo desde 1904 hasta nuestros días, en España y fuera de nuestras fronteras, de carácter nacional, regional e incluso estudios de muchas plazas. Sin olvidar la importancia que en este tema de la documentación tiene los números extraordinarios de revistas como El Ruedo, Aplausos o 6 Toros 6[20]. Sobre ellos estamos trabajando María Verónica de Haro San Mateo, que ya publicó un artículo incidiendo en esa relevancia, y yo. Cuando las obligaciones de cada uno lo permitan intentaremos que este estudio vea la luz. Es un proyecto ambicioso y pretendemos que tenga además un fin práctico. También quedan en el olvido las agendas y los almanaques. Algunas como las de Aplausos, la de Marc Lavie, en Le Courrier de Céret, las de la Noriega en México o Temple en España y los dietarios de Antonio Picamills, <<cossíos anuales>>, son una referencia por su calidad y su continuidad. Y tampoco han tenido espacio aquí unas colecciones que, al menos, quiero nombrar, y que pueden tener su protagonismo en otro artículo. La simple enumeración no es suficiente para sus méritos pero tengo que dejar constancia de su existencia. Entre otras: Gacetilla de la Unión de Bibliófilos Taurinos, Carmena, Ybarra, Raros de tauromaquia y Papeles de Toros, publicados por aquella; la Gazzette de Unión des Bibliophiles Taurins de France; la colección de facsímiles de la editorial Extramuros; Los sabios del toreo; y algunas antiguas como Los contemporáneos, Figuras del toreo, Figuras de la fiesta y Los grandes toreros; las valencianas: La cuadrilla, Al quite, Cosos valencianos y Mestres; los volúmenes Aula de Tauromaquia que recogen las conferencias pronunciadas en el CEU y los folletos que los precedieron. Y aquellas que en este momento puedan haber quedado en algún lugar recóndito de mi memoria pero jamás en el olvido intencionado.
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[1] DE HARO DE SAN MATEO, Mª V. (2011): “El estudio del periodismo taurino: revisión y actualización bibliográfica”, Doxa Comunicación, nº 13, Noviembre de 2011, pp.43 -65. ISSN: 1696-019X. Disponible en: http://www.humanidades.uspceu.es/pdf/doxa132.pdf
[2] Relación de títulos aparecidos:
Manuel García (el Espartero); Rafael Guerra (Guerrita), por El Ballicher González de Rivera; Antonio Reverte Jiménez; Salvador Sánchez (Frascuelo); Rafael Molina (Lagartijo); Rafael González (Machaquito); Ricardo Torres (Bombita Chico); Antonio Montes; Antonio Fuentes; Luis Mazzantini; Domingo del Campo (Dominguín); Antonio Carmona (el Gordito); Fernando Gómez (el Gallo); Emilio Torres Reina (Bombita); José Sánchez del Campo (Cara-Ancha), por El Bachiller González de Rivera; Angel Pastor, por El Bachiller González de Rivera; José Claro (Pepete), por El Bachiller González de Rivera; Rafael Molina Martínez (Lagartijo el Chico), por El Bachiller González de Rivera; y Francisco Arjona Reyes (Currito), por El Bachiller González de Rivera.
[3] De este ejemplar hubo dos ediciones, 1910 y 1914 aproximadamente. En la segunda se añadió: nueva biografía y apareció en una segunda época de la colección.
[4] Este ejemplar se editó en 1910 aproximadamente. En una Nueva Serie, cuatro años después, también aproximadamente, se imprimió en Sáez Hermanos, probablemente en Madrid, sin nombre de editorial, con el título Manuel Megías Bienvenida.
[5] El orden cronológico que estoy utilizando es el que consta en las fichas de la Biblioteca Nacional de España.
[6] En el catálogo de la Biblioteca Urquijo aparecen dos ediciones, sin año ambas, en las que solo se aprecia la diferencia de estar una ilustrada.
[7] El otro gran editor de novelas cinematográficas es Ramón Sala Verdaguer. Propietario de la Editorial Alas, publica también novelas, teatro, revistas y libros del estilo de Chistes buenos, Cuentos baturros, Cómo debe escribirse al ser adorado, El perfecto galante, Celebridades de !as varietés, Los triunfadores del ruedo o Celebridades del teatro. Entre 1924 y 1949 pone en los quioscos más de mil seiscientos títulos de novelas cinematográficas en distintas colecciones de sus dos grandes éxitos, Biblioteca films (1924-1936) y Films de amor (¿1928-1934?), esta última dedicada exclusivamente a novelar películas «sentimentales, alta comedia y dramas de pasión y de amor». Emeterio Díez. La novela cinematográfica. Puede ser el capítulo de un libro de título para mí desconocido. La referencia figura en Internet.
[8] Es hermano de Tomás Orts Ramos Uno al Sesgo.
[9] Tengo noticia de un folleto de 1933, de acuerdo con la BNE, titulado Florentino Ballesteros, nuevo AS de la baraja taurina, sin número de colección y editado en 1933. En la ficha de la BNE figura como perteneciente a la serie Triunfadores del Ruedo pero el lugar de la edición es Córdoba lo que descarta que pueda pertenecer a la que estamos tratando.
[10] Apéndice documental de Rafael Sánchez.
[11] Cuando digo Apéndice documental me refiero a lo que en general se llama: estadísticas. Es verdad que estos apéndices contienen estadísticas pero éstas son consecuencia de una documentación que las precede en esos apéndices. Y además, estos contienen infinidad de páginas en las que solo se aporta documentación. De la importancia de ellos da idea el hecho de que, sobre todo en los anuarios, llegan a tener la misma extensión que el texto literario.
Para no hacer más farragosa la descripción de esta colección, en nota al pie anotaré si un texto lleva apéndice documental, obviando su título, a veces muy extenso, indicando simplemente el nombre del autor si es diferente al del texto.
[12] Apéndice documental.
[13] Apéndice documental de Antonio Santainés Cirés.
[14] Apéndice documental.
[15] Apéndice documental de José María Sotomayor.
[16] Apéndices documentales de José María Sotomayor y Amalia Muro.
[17] Apéndice documental.
[18] Apéndice documental de José María Sotomayor.
[19] La Fundación de Estudios Taurinos publica desde 1993 una revista-libro: Revista de Estudios Taurinos que constituye en sí una colección de libros taurinos. La necesaria acotación la deja fuera de este artículo, también a la revista Terres Taurines y a otras como Quites, ésta de mucho menor duración, pero espero tener la oportunidad de poderlas incluir en otro trabajo.
[20] DE HARO DE SAN MATEO, Mª V. (2010): “La importancia de los números especiales ‘fin de temporada’ de la revista 6TOROS6 como fuente de información especializada para la práctica periodística”, Anales de Documentación, vol. 13, 2010, pp. 81-102. ISSN: 1575-2437 (edición impresa), ISSN: 1697-7904 Disponible en: http://revistas.um.es/analesdoc/article/view/107001/101691
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Unión de Bibliófilos Taurinos
Por D. José María Sotomayor Espejo de Saavedra
En la primera década de los años cincuenta se gestó en Madrid la creación de una asociación que fue, y aún lo es, un referente en la difusión de los libros de toros: la Unión de Bibliófilos Taurinos. En aquella época, en un café llamado Los Italianos, situado en la calle Alcalá, en la acera de los pares, entre Cibeles y la plaza de la Independencia, se reunían un grupo de distinguidos aficionados a los toros y, en general, también a los libros de tauromaquia. Esta condición de amantes de las publicaciones taurinas les indujo a crear una asociación cuya finalidad fuese la edición de libros de ese tipo. Pero no de cualquiera, si no los que estuvieran agotados, fuesen de difícil adquisición o, también, aquellos inéditos que tuvieran calidad.
El 24 de febrero de 1954, cursaron una solicitud oficial de constitución de la entidad a la que acompañaba tres copias de los estatutos. Dos meses más tarde, el 24 de abril, el Ministerio de la Gobernación aprobó dichos estatutos. El 11 de mayo se extendió el acta de constitución definitiva nombrándose la junta directiva provisional. Esta junta fue aprobada por la Jefatura Superior de Policía, el 21 de junio, y el siguiente 30 tomó posesión. El 5 de julio se celebró la primera reunión de la Junta Directiva de la Unión de Bibliófilos Taurinos. Esta primera Junta Directiva estuvo presidida por José María Gutiérrez Ballesteros, Conde de Colombí. Todos los miembros de su junta eran asiduos asistentes a la tertulia que he mencionado y, también, poseedores de selectas y conocidas colecciones de libros de toros, por diversas circunstancias, que iremos repasando.
La primera publicación fue un folleto con los estatutos de la propia asociación. En ellos se estableció que el número de socios no superaría la cifra de doscientos, cifra que mantenemos en la actualidad. Naturalmente, las tiradas de las posibles publicaciones no superaría tampoco este montante, excepto que obligaciones legales o compromisos de autor lo requirieran. Todos los ejemplares serían nominados y numerados. El compromiso más importante que adquirieron los nuevos socios fue el de abonar la cuota que fijase la Junta Directiva y comprometerse a adquirir todas las publicaciones. Estas condiciones se mantienen en la actualidad. Al margen de las publicaciones de libros, para mí tiene especial relevancia el hecho de que muy pronto viera la luz la Gacetilla de la Unión de Bibliófilos Taurinos, cuyo primer número, con carácter semestral, se editó con fecha 1 de enero de 1955, cuando la entidad ya contaba con 48 socios. En su tercera página se rendía homenaje a los que llamaban: Los adelantados. Eran Luis Carmena Millán, Miguel Ortiz Cañabate, José Luis Ybarra y López de la Calle, Graciano Díaz Arquer y Pedro Vindel, todos ellos referencia obligatoria en el origen de la bibliografía taurina. La última Gacetilla, la número 30, se editó en el segundo semestre de 1969. Prolijo sería enumerar las publicaciones que vieron la luz en esta primera etapa de la Unión de Bibliófilos Taurinos.
En esta, que se prolongó durante 18 años y en la que fue fundamental la dedicación de Diego Ruiz Morales, entre otros, aparecieron 14 libros, 34 folletos y el total de las ya mencionadas gacetillas. Del examen de un catálogo de sus propias obras, que editó la Unión de Bibliófilos Taurinos muchos años después, y del que he tomado muchas de estas notas, se desprende que se publicaron obras históricas, de pensamiento, reediciones de libros, raros opúsculos y folletos, tratados de tauromaquia inéditos, tanto de la gineta como de la moderna tauromaquia a pie. Como he dicho, prolija, y fuera del alcance de estas notas, sería la relación de todos ellos. El que lo desee puede consultar el texto citado o bien la página web que desde hace unos años mantiene la Unión de Bibliófilos Taurinos.
Una segunda etapa, también muy fecunda, bajo la tutela de Salvador Ferrer Irurzun, finaliza con el fallecimiento de éste. Durante la misma, se siguieron las pautas marcadas desde el comienzo y en ella hay que destacar la colaboración de dos investigadores de referencia: Diego Ruiz Morales y Rafael Cabrera Bonet. Estos hicieron posible la publicación de 10 volúmenes con el título Papeles de toros que, en algún aspecto, fueron una continuación de las gacetillas
En la que podemos considerar tercera etapa, este último, Rafael Cabrera Bonet, fue elegido presidente de la asociación, cargo que aún ostenta. Su labor es doble. Por una parte, con la opinión de otros, es el encargado de la selección de los textos que se editan. Tanto en obras de autores actuales, como reediciones de libros antiguos, sus introducciones al texto, ésta es la segunda labor que he citado, son, en sí, auténticas monografías en las que vierte auténticas investigaciones de gran valor.
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Nuestro socio Francisco J. Orgambide nos envía copia de la página nº 48 del Diario de Cádiz en la que da la noticia de la publicación del libro que sobre «El Chiclanero» ha editado nuestra Unión de Bibliófilos Taurinos con motivo del bicentenario del nacimiento del gran torero gaditano.
Agradecemos a nuestro consocio la diligencia y calidad con las que siempre difunde las actividades de nuestra Unión.